Por: Sonia Liliana Vivas Piñeros
Reivindicar la importancia de las mujeres en la historia equivale a manifestarse contra las definiciones mismas de la historia, de sus verdades establecidas y de sus normas fijadas (Scott 1990, 72).
El año pasado el mundo académico colombiano aprovechó el contexto del bicentenario de la independencia para hablar de las elaboraciones, revisiones, ajustes y omisiones que, de manera particular, en la historiografía sobre este tema, se han realizado. Y uno de los lugares comunes en este ejercicio fue el de demandar por la ausencia de las mujeres. Quizá con algunas excepciones, algunos nombres se exaltan y retumban en la memoria colectiva. Pero, muchos otros, ni siquiera se conocen.
Pese a que es evidente que el papel de las mujeres en ese contexto histórico requiere de mayores y amplios desarrollos, las mujeres sí estamos incluidas en las elaboraciones historiográficas sobre este período; el problema radica en las formas en las que estamos narradas allí, en tanto se sustentan en el machismo y el patriarcado que también han colonizado la academia. Por eso, este fin de semana, donde serán 210 años de la gesta libertadora urge que momentos históricos como el del veinte de julio y, en general, de todo el proceso de la independencia, sean comprendidos desde la perspectiva de género.
Las elaboraciones historiográficas posteriores a la independencia tuvieron como prioridad sustentar el relato de la conformación del Estado-Nación en Colombia, tarea que, desde ese momento, ha sido inconclusa. Y no sólo por factores como la diversidad cultural, la experiencia histórica de las violencias que nos han atravesado o por la dinámica misma de la historia en tanto devenir opuesto a lo estático; sino también porque muchos sectores denominados subalternos no se leen, ni se reconocen en estas elaboraciones y es aquí donde la crítica sobre el desconocimiento de las mujeres y su papel histórico en ese proceso en particular se hace más fuerte. Para solventar esa crítica, de manera particular desde finales del siglo XIX e inicios del siglo XX se crearon los estereotipos sobre las heroínas o mártires: Nombres como los de Policarpa Salavarrieta, Antonia Santos, Mercedes Ábrego y otras, hacen eco en la memoria colectiva y, con ello, fue creado el artificio de que ahí estaba recogida y reconocida la participación de las mujeres en la independencia. No obstante, las elaboraciones historiográficas sobre mujeres como ellas evidencian las formas que interesan, desde el machismo y el patriarcado, de dar lugar histórico a las mujeres en procesos como el de la independencia; se configuran relatos de mujeres simpatizantes con la causa libertadora, almas virtuosas que entregaron su vida ante los patíbulos españoles, que sirvieron desde sus oficios de servidumbre para labores de espionaje; pero, siempre supeditadas a las órdenes y llamados de los padres de la patria. Su participación y reconocimiento como sujetas políticas es inexistente, porque se les deja simplemente como las compañeras solidarias. Y, a la larga lista de nombres de mujeres como los ya mencionados, se unen otros tantos que, en la infamia histórica, tienen nombre en función del patriarcado: Porque sólo se reseñan como la ‘esposa de’, la ‘hija de’, la ‘hermana de’, la ‘mamá de’. Las mujeres, aparecen entonces como espectadoras, apolíticas o, con momentos de valentía que no trascienden en el reconocimiento de sus compañeros hombres en la causa independentista.
Pero, esos reconocimientos de las mujeres en las gestas de independencia no se ubicaron solamente desde roles virtuosos; sino que el tufo machista y patriarcal también alcanza a mujeres que bien pueden llamarse trasgresoras. Porque, en las formas narrativas sobre el “papel” de las mujeres en ese período histórico, también aparecen aquellas narradas como putas, las acompañantes amorosas de los héroes; cuando muchas de ellas, por ejemplo en el caso de las llamadas Juanas (Vivas, 2019), salieron a los campos de batalla como combatientes y tuvieron que hacerlo en la clandestinidad porque, tal y como se referencia en esos mismos registros históricos, generales como Santander tenía radicales orientaciones sobre la prohibición de las mujeres en condición de combatientes: "[…] No marchará en la división mujer alguna, bajo la pena de cincuenta palos a la que se encuentre; si algún oficial contraviniere esta orden será notificado con severidad, y castigado severamente el sargento, cabo o soldado que no la cumpla […]"(González, 2011,182).
Aquí entonces, es importante analizar por qué muchas mujeres ‘trasgresoras’ quedan por fuera de las elaboraciones historiográficas sobre la independencia; porque, desde la perspectiva de género, no se trata de un ‘descuido’, sino de un acto intencionado en donde, cuando se vio la necesidad de incluir las mujeres se hizo, pero desde la mirada patriarcal con lo que el reconocimiento es sesgado y amañado. “Las hazañas femeninas no se valoran desde lo individual sino desde lo colectivo, siempre y cuando aporten a la "patria" y al bando que es. Lo que permitió construir un discurso protagónico de la heroína” (González, 2011,182). La valentía de las mujeres de la época es reconocida y difundida en clave de los hombres que así lo permitieron, tanto los ‘próceres’ de esa época histórica, como de la historia escrita sobre esa época. La independencia y la libertad quedaron relegados a valores patriarcales y, en su médula, excluyentes. Ese es el sustento de la tarea inconclusa del Estado-Nación en Colombia y, en general, de todas las naciones de América Latina.
La mirada historiográfica y, en general, todas las elaboraciones históricas, requieren del enfoque de género en sus análisis. La crítica a la historia oficial no sólo trata de la necesidad de incluir la voz de los sectores excluidos, sino que en ellos las mujeres tengan dominio en los relatos que se han construido sobre ellas, sus comunidades y los procesos históricos de los que hacen parte. Y esto no se resuelve en nombrar algunas haciendo semblanzas, que en su mayoría, por cierto, corresponden a mujeres blancas y con cierto estatus social; sino elaborando sistemáticos estudios que devuelvan lugares de reivindicación, emancipación, del desafío del orden establecido a mujeres de toda etnia y origen que participaron –y participan- de las transformaciones históricas. También hay una cuenta pendiente en los lugares de reparación a sus memorias y tantas formas en las cuales, en esa y en todas las guerras, las mujeres, sus cuerpos, sus territorios, sus necesidades y expectativas son violentadas, silenciadas, invisibilizadas y eliminadas en muchas formas.
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(Enlace articulo Nueva Gaceta)