“No seré una mujer libre mientras siga
habiendo mujeres sometidas”
Audre Lourde.
En 1989 la abogada y docente afroestadounidense Kimberlé Williams Crenshaw, habló de la interseccionalidad; en plena finalización de la era Reagan marcada por el conservadurismo extremo, utilizó este término para hablar de la injusticia social desde una arista que ya era explorada, pero, sin la difusión, ni la fuerza política suficiente: El cruce del racismo y el sexismo como causa de explotaciones, desigualdades y violencias, desde múltiples dimensiones, de manera particular contra las mujeres. Sus estudios, decantados en la Teoría de la Interseccionalidad, permitieron abarcar espacios sociales más allá del estudio y reivindicación de las mujeres afro de EEUU, para ofrecer un lugar de discurso y acción alternativa, situada y política, sobre la marginación de las mujeres por cuenta de la cultura machista y patriarcal; así, en lo que se conoce como feminismo (en singular) interseccional, son amplios los matices y énfasis de trabajo que van desde las demandas raciales de las mujeres negras, indígenas, árabes; pasando por reivindicaciones de feminismos lésbicos o transfeministas; y llegando hasta las luchas de mujeres migrantes con el feminismo chicano o gitano (Cfr. Viveros, 2016). Para el caso de América Latina, el feminismo interseccional, permitió que mujeres aborígenes, mestizas, migrantes, campesinas, (todas ellas diferenciadas en sus herencias genéticas, pero con historias de vida atravesadas en común por la exclusión y la opresión), configuraran resistencias desde dimensiones económicas, políticas y socioculturales.
La dimensión económica ofrece un primer espacio para analizar la importancia de la mirada interseccional; históricamente, la división social del trabajo establece relaciones de producción desiguales; con pueblos condenados a trabajos que enriquecen la supremacía blanca, occidental, machista y patriarcal. Porque, dichos trabajos se establecen por roles de género, en los cuales, las mujeres pertenecientes a estos pueblos, desempeñan todas las labores de cuidado; pero, además tienen una exposición mucho mayor que los hombres a ser catalogadas como objetos sexuales como parte de su explotación. Y, si esto no fuera poco, la exclusión, marginación y todo tipo de violencias, no solamente es ejercida por las figuras masculinas, sino también por las “patronas” y también, al interior de sus pueblos, comunidades o familias de origen, por su condición de ser mujeres. La lógica del neoliberalismo riñe con la interseccionalidad porque, sustentada en la cultura machista y patriarcal es homofóbica, transfóbica, xenófoba, clasista y excluyente respecto a capacidades-discapacidades. Quien no cuente con el prototipo que vende no existe. A no ser que encaje desde el lugar de lo exótico, como ocurre con algunas experiencias desde el indigenismo o las culturas afro.
En lo que respecta a la dimensión política, hay un aspecto que sustenta buena parte de la Teoría de la Interseccionalidad: La denuncia del Estado como un aparato que ejerce violencias, de manera particular, contra las mujeres y, de ellas, más específicamente, contra las mujeres excluidas del mundo blanco y de élite. Esto se hace evidente, al menos, en dos escenarios: El primero, el del uso de la fuerza, que por todo el mundo exhibe su brutalidad en aras de conservar el “orden”, el statu quo. Y, en esa, su tarea, son reiteradas las denuncias por exceso de la fuerza, por ejemplo, en manifestaciones, marchas, mítines, plantones. Esa fuerza se ejerce contra el cuerpo, tanto de las mujeres como de los hombres, pero en el segundo caso, la violencia física siempre implica algún tipo de acoso o agresión sexual, sea verbal, físico o psicológico. El segundo escenario, se sitúa en el plano jurídico. El discurso de la participación de la mujer en los espacios de deliberación de la vida pública se asentó, por cuenta de ganancias históricas como el derecho al voto, pero, es importante tener en cuenta que ahí no se desarrollan suficientemente las luchas feministas y, menos, aquellas emanadas de la experiencia de vida de mujeres de clases bajas, con componentes étnicos y de clase marcados por la exclusión. Por ello, pese a que existe un buen número de leyes que reconocen los derechos de las mujeres, las estructuras jurídicas y judiciales para su garantía y cumplimiento, atravesadas por la cultura machista y patriarcal, impiden que sean efectivas; siempre hay una frase, una mirada inquisidora de funcionarios y, lo más paradójico, aunque comprensible, de funcionarias públicas que, de entrada, justifican todo acto de violencia y marginación de las mujeres, por el hecho de ser o asumirse mujeres.
En la dimensión sociocultural hay un foco de análisis que encarna enormes complejidades; porque, la cultura machista y patriarcal, se fortalece, sobre todo, en los espacios privados de vida. El hombre aborigen, el hombre negro, el hombre campesino, el hombre migrante, reproduce, en muchos casos, los sistemas de opresión de los que son víctimas, en contra de las mujeres de sus entornos familiares. De ahí que temas de discusión como las dobles o triples jornadas de trabajo que cumplen las mujeres; la resignificación de los roles en la crianza y demás labores y tiempos domésticos; el legítimo derecho a que las mujeres decidan sobre sus cuerpos en los asuntos de la maternidad, en las opciones de género diversas, en la escogencia o no de compañeros o compañeras de vida; entre muchos otros, demandan la mirada interseccional; asimismo, lo que tiene que ver con una demanda que ha sido reiterada y compartida en este espacio: La apuesta por el lenguaje como acción que sedimenta la experiencia de mundo: La cultura machista y patriarcal intenta diluir la resistencia feminista desde las formas en que es nombrada; lo que en esa cultura se llama chiste, muchas veces está atravesado por un ataque en cualquier sentido a la identidad de ser mujer que, desde la mirada interseccional, también incluye la mirada discriminatoria o de objetivación sexual hacia la mujer negra, la mujer indígena, la mujer migrante, la mujer discapacitada. Sin duda, se reafirma la idea de que en el lenguaje hay un dispositivo de reivindicación política feminista.
América Latina es un territorio abierto para leerse y transformarse desde la mirada interseccional; las luchas por la igualdad quedan casi muertas, si apenas existen en el papel, no en la cotidianidad. La igualdad de las mujeres blancas no se aplica, ni se comprende, ni se extiende de las mismas maneras al momento de hablar de la igualdad de las mujeres indígenas, negras, migrantes. Por eso, los feminismos alternativos se distancian de aquellos propios de la institucionalidad, cercanos a políticas de orden fascista y de derecha; para esos feminismos alternativos, de mirada interseccional, los derechos no son privilegios.
TOMADO DE:
(Enlace articulo Nueva Gaceta)