Porque la muerte tiene muchas formas y en todas, somos víctimas las mujeres. Emergencia nacional por feminicidios
El grado de naturalización de ese maltrato se evidencia, por ejemplo, en un comportamiento reportado una y otra vez, por todas las encuestas sobre violencia de género en el ámbito doméstico: cuando la pregunta es colocada en términos genéricos: “¿Usted sufre o ha sufrido violencia doméstica?”, la mayor parte de las entrevistadas responden negativamente. Pero cuando se cambian los términos de la misma pregunta nombrando tipos específicos de maltrato, el universo de las víctimas se duplica o triplica. Eso muestra claramente el carácter digerible del fenómeno, percibido y asimilado como parte de la “normalidad” o, lo que sería peor, como un fenómeno “normativo”, es decir, que participaría del conjunto de las reglas que crean y recrean esa normalidad (Segato, 2003; p. 3).
Un fantasma vuelve a recorrer el mundo entero. Es el fantasma de la conciencia y el coraje de las mujeres para decir: ¡No más! Basta de que nos maten de tantas formas. Hartas estamos de que la eliminación patriarcal de nuestra voluntad, de la soberanía sobre nuestros cuerpos, de la subestimación de la trayectoria profesional y laboral, de la romantización de la maternidad y del cuidado como únicos campos de realización de las mujeres, de que todo esto, siga siendo la constante.
No se trata de que “los tiempos pasados hayan sido mejores”, lo que explica que, aparentemente, sólo de manera reciente, las tasas de maltratos, abusos, desapariciones y feminicidios se hayan disparado. Se trata de que en esos “tiempos pasados” en los que el miedo, base del control machista y patriarcal sobre las mujeres, impedía que el desafío de las mujeres a ese lastre cultural (que desde siempre ha existido) fuera masivo como lo es ahora y que por cuenta de los resquicios que se van abriendo desde el contexto de la globalización, las corroídas estructuras neoliberales no sean las únicas que se fortalezcan, sino que, a la par, se globalizan las resistencias, entre ellas, las de las mujeres. “La historia deja de ser un escenario fijo y preestablecido, un dato de la naturaleza, y el mundo pasa a ser reconocido como un campo en disputa, una realidad relativa, mutable, plenamente histórica. Este es el verdadero golpe en el orden de status. Esa conciencia desnaturalizadora del orden vigente es la única fuerza que lo desestabiliza” (Segato, 2003; p.14).
La desestabilización de la que habla Segato implica la reacción del sistema patriarcal para conservar el orden establecido; ese, que le ha permitido posicionarse históricamente como “el sistema de todas las opresiones y que opera articulando estas opresiones sobre el cuerpo de las mujeres y desde estos cuerpos las reproduce en la humanidad y la naturaleza, justificando las guerras, la violencia y la depredación de la naturaleza” (Paredes y Guzmán, 2014; p. 58). Así, a partir de la humanidad de las mujeres es que se fortalece la opresión y si esa humanidad se levanta hay que “reprender”.
El panorama brevemente esbozado tiene un dramático escenario en América Latina, por cuenta del uso de la violencia y el maltrato en todas sus formas que va de la mano con la herencia colonial de absoluta imposición religiosa de la tradición de occidente. Y, si enfocamos aún más la mirada, por cuenta de la experiencia histórica de la violencia, en un país como Colombia ese panorama se hace verdaderamente desolador, porque las construcciones patriarcales, que asumen el cuerpo y la vida de las mujeres como botines de guerra, hace sistemática la eliminación, física o simbólica de lo otro, de lo diferente, en este caso, de las mujeres y sus apuestas de vida, porque no tienen ninguna cabida si no se insertan en la lógica patriarcal. De ahí que se afirme, desde el título del artículo, que la muerte tiene muchas formas porque no se agota en esa eliminación física, sino que ésta, que en nuestro país es una lamentable realidad, está antecedida por diversas formas de morir: La exclusión, el desplazamiento forzado, la maternidad no deseada, la marginalidad, la desigualdad, las actitudes y acciones violentas desde el lenguaje y el resto de campos simbólicos hasta los abusos y las violaciones, también matan en vida a tantas mujeres, de todas las edades, a diario. A esas tantas formas de muerte que denunciamos, hay que agregar que no sólo tienen a una mujer, que encarna el dolor emocional, físico o psicológico como única víctima, sino también a su entorno familiar que también muere muchas veces entre tanta revictimización de su tragedia.
Esas formas en las que se condenan a diferentes muertes a las mujeres colombianas y sus entornos familiares hallan desde el espacio estatal un letargo que sólo se comprende cuando se articula la cultura machista y patriarcal que nos atraviesa con la profunda descomposición ética en las formas de hacer política. Por ello, pasa de ser ingenuo a cínico el argumento desde el cual, desde el plano legal, los derechos de las mujeres se hallan plenamente protegidos y garantizados; la cultura no se construye y reconstruye por decretos, sino en el sustrato de las relaciones cotidianas que cuestionan lo que se percibe como “normal”; y, si bien es cierto que ese plano legal importa, “hay una condición indispensable: la mediatización de los derechos. La visibilidad de los derechos construye, persuasivamente, la jurisdicción. El derecho es retórico por naturaleza, pero la retórica depende de los canales de difusión, necesita de publicidad. Es necesario que la propaganda y los medios de comunicación en general trabajen a favor de la evitabilidad, y no en su contra (Segato, 2003; p. 14). Esa propaganda y demás medios de difusión tienen potencia en la medida en que sea la cultura misma la que demande esa necesidad; mientras eso no sea realidad, esos mismos dispositivos reproducen y fortalecen las justificaciones patriarcales de las diferentes muertes que padecemos las mujeres.
Los tiempos de pandemia en los que vivimos evidencian que el machismo y el patriarcado se fortalecen con el imperio del control desde el espacio privado que impuso la cuarentena; pero no sólo para quienes tienen el ‘privilegio’ de asumirla, sino también para quienes están en la condena de buscar la supervivencia aunque esto implique riesgos de contagio. Sea como sea, en ese contexto es que esas tantas formas de muerte a las que se condena a las mujeres han hallado en las cifras, datos alarmantes que han hecho que diferentes organizaciones y colectivos, no sólo de mujeres, sino de diferentes sectores sociales con apuestas alternativas, exijan a este gobierno postizo que en cuerpo ajeno hace shows en TV que evidencian la incapacidad de gestión adecuada de recursos para atender la contingencia, el desconocimiento de la histórica desigualdad social con la negativa a la renta básica y el aprovechamiento de la situación para amenazar la estabilidad laboral cuyas ganancias son producto de las luchas y organización sindical, popular o comunitaria, que declare la emergencia nacional por feminicidios, porque hace mucho tiempo, mucho antes de la pandemia, las distintas muertes contra las mujeres, en tantas horribles formas no son casos aislados, no pueden explicarse como situaciones desafortunadas producto de las lógicas del amor romántico plagado de machismo o como escarmiento por vivir la vida más allá de los cánones patriarcales. La emergencia nacional por feminicidios es un eco del gran grito de las mujeres colombianas que estamos hastiadas de que la muerte nos ronde y nos alcance de maneras tan infames.
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(Enlace articulo Nueva Gaceta)