Por Agustin Angarita Lezama
Hace unos meses me encontré con un compañero de estudios. Nos cruzábamos en las residencias universitarias, en las cafeterías donde tomábamos los alimentos, en las bibliotecas, en los campos deportivos o en las fiestas de nuestras facultades porque estudiábamos carreras distintas. Todavía recuerdo su imagen vivaz y sonriente recorriendo el campus de la mano con una muchachita menudita y de apariencia frágil, con quien eran inseparables. Ya profesionales decidieron casarse.
Quizás por carencias acumuladas ella era enfermiza y débil. Tuvo un parto tormentoso que le hincó el diente a su precaria salud. Mi amigo siempre estuvo a su lado y luchó con ella hasta el final. Frente a su tumba le juró nunca organizar vida marital con otra mujer. Y se dedicó a criar a su hijo de 6 años. Fue un papá mamá impecable y su existencia la cerró en torno a su muchacho.
Los años volaron y su hijo terminó con honores el bachillerato e ingresó a la universidad. Chico alegre, piloso y lleno de ganas. En una visita a la capital hallé a mi amigo ajado, marchito y vencido. Casi no lo reconozco. La vida casi se había esfumado de su existencia. Su mirada opaca traslucía un ser humano dolorido y con un mar de tristeza acumulada en el alma. Al abrazarlo sentí el helaje de las almas en pena. Tomando tinto me contó el origen de su dolor. Su hijo, estudiante de la universidad del Valle, se había volado una pierna mientras cargaba unas papas bomba para una protesta estudiantil.
El daño fue tan grande y severo que ni su juventud, su rebeldía ni sus ganas de vivir le alcanzaron para superar esa prueba. Hacía un año su padre lo había enterrado cerca de su madre… Mientras recogía los pedazos del ser humano que se derrumbaba frente a mí, pensé en mis alumnos quienes motivados por la injusticia social, son influenciados por quienes creen que el odio es el camino y la violencia el instrumento.
Pensé en las ilusiones, esfuerzos y privaciones de miles de padres y madres que con esfuerzos mandan a sus hijos a la universidad, pera que “sean algo en la vida”, para que superen a sus padres y tengan un futuro mejor. Y no quise estar en el pellejo de ninguno de ellos enterrando a sus hijos porque unos encapuchados lanzaron bombas “defensivas” que los hirieron o recibieron una bala de la fuerza pública en un “combate” universitario.
Dicen que el académico más influyente a nivel mundial es Jurgen Habermas. Él dice que la gente muchas veces se comunica para manipular, para tratar de controlar a las personas y que ese proceder es ajeno a la democracia. Esto lo llama acción instrumental. Plantea que para construir democracia debemos hacer acciones comunicativas, donde lo fundamental sea entendernos y convivir, no manipular, engañar ni controlar.
En la Universidad de Tolima crece sin parar la comunicación estratégica o instrumental. Se abuchea o se señala para acallar al que no está de acuerdo. Los argumentos escasean y proliferan los epítetos, amenazas e insultos y se insta a la violencia y al odio. Menudo favor le hacen al Alma Máter quienes creyéndose los dueños de la verdad y de la UT, aterrorizan e intimidan multiplicando indiferencia y rechazo. *Catedrático universitario