Tomado de: Revista Sin Permiso
Daniel Ellsberg, autor de Secrets: A Memoir of Vietnam and the Pentagon Papers, fue acusado en 1971 de infringir la Ley de Espionaje, así como de robo y conspiración, por fotocopiar los llamados Papeles del Pentágono. El juicio se invalidó en 1971 después de que se presentaran pruebas ante el tribunal de la conducta dolosa del gobierno norteamericano, incluyendo pinchazos telefónicos ilegales.
Mucha gente compara desfavorablemente a Edward Snowden conmigo por haber abandonado el país y solicitar asilo, en lugar de afrontar su juicio como hice yo. El país en el que yo me quedé era una Norteamérica diferente, hace mucho tiempo.
Después de que al New York Times se le impidiera publicar los Papeles del Pentágono — el 15 de junio de 1971, la primera censura previa de un periódico en la historia norteamericana — y yo hubiera entregado otra copia al Washington Post (al que también se le prohibiría su publicación), pasé a la clandestinidad con mi mujer, Patricia, durante trece días. Mi objetivo (bastante semejante al de Snowden al viajar a Hong Kong) consistía en eludir la vigilancia mientras preparaba — con la ayuda crucial de una serie de personas, todavía desconocidas para el FBI — la distribución secuencial de los Papeles del Pentágono a otros 17 periódicos, a la vista de dos prohibiciones más. Los últimos tres días de ese periodo transcurrieron a despecho de una orden de detención: al igual que hoy Snowden, fui un “fugitivo de la justicia”.
Sin embargo, cuando yo me entregué para ser detenido en Boston, después de haber dado salida a las últimas copias de los papeles en mi poder la noche anterior, quedé en libertad bajo fianza ese mismo día. Posteriormente, cuando se agravaron las acusaciones en mi contra, pasando de los tres cargos iniciales a una docena, lo cual conllevaba una posible sentencia de 115 años, mi fianza aumentó hasta los 50.000 dólares. Pero durante los dos años en que estuve procesado, tuve libertad para hablar con la prensa y en mítines y conferencias públicas. Al fin y al cabo, formaba parte de un movimiento contrario a una guerra todavía en curso. Ayudar a que esa guerra concluyera era mi preocupación más sobresaliente. No podría haberlo conseguido desde el extranjero, y nunca se me pasó por la cabeza marcharme del país.
No hay la más mínima posibilidad de que esa experiencia se repita hoy en día, y no digamos ya que un juicio pudiera darse por finalizado al revelarse acciones de la Casa Blanca contra un acusado que eran claramente criminales en la era de Richard Nixon — y tuvieron su parte en su dimisión antes de afrontar su impugnación (“impeachment”) —, pero se consideran todas legales hoy en día (incluido el intento de “incapacitarme totalmente”).
Tengo la esperanza de que las revelaciones de Snowden desencadenen un movimiento que rescate nuestra democracia, pero él no podría formar parte de ese movimiento de haberse quedado aquí. Son nulas las posibilidades de que se le dejase en libertad bajo fianza si volviese ahora y casi nulas las de que, de no haberse marchado del país, se le hubiese concedido la libertad bajo fianza. Por el contrario, estaría en una celda penitenciaria como Bradley Manning, incomunicado.
Quedaría confinado en total aislamiento, más largo incluso que el sufrido por Manning durante sus tres años de encarcelamiento antes del inicio, recientemente, de su juicio. El Relator Especial sobre Tortura de las Naciones Unidas describió las condiciones de Manning como “crueles, inhumanas y degradantes” (esta perspectiva realista sería fundamento como para que la mayoría de países le concedieran a Snowden asilo, siempre que pudieran resistir la intimidación y el soborno por parte de los Estados Unidos).
Snowden cree que no ha hecho nada malo. Estoy absolutamente de acuerdo. Más de 40 años después de la publicación sin permiso de los Papeles del Pentágono por mi parte, esas filtraciones siguen siendo la sangre vital de una prensa libre y de nuestra república. Una de las lecciones de los Papeles del Pentágono y de las filtraciones de Snowden es sencilla: el secretismo corrompe, igual que corrompe el poder.
Daniel Ellsberg (1931), legendario activista de derechos civiles, se hizo célebre por haber filtrado en 1971 al New York Times los llamados Papeles del Pentágono, que revelaban la implicación de los Estados Unidos en Vietnam. Doctor en Economía por Harvard, es también conocido por la llamada “paradoja de Ellsberg” en el ámbito de la teoría matemática de la decisión.