Tomado de Ola Política.
Se acabó el aburrimiento. Y la indiferencia. Las elecciones presidenciales han sido las más dinámicas, reveladoras y decisivas de los últimas décadas. Y el país se ha polarizado entre quienes le apuestan a la reelección del Presidente Santos con la bandera de la paz, y entre quienes se la juegan por el regreso al poder de la extrema derecha liderada por Álvaro Uribe, quien ha poseído la mente y el discurso de Óscar Iván Zuluaga, OIZ.
Dinámicas porque las adhesiones han dejado literalmente boquiabiertas a las audiencias; reveladoras porque han corrido el velo de hipocresía de quienes antes hablaban de resolución pacífica del conflicto y ahora, de manera estratégica, pasan de agache frente a la amenaza que representa el ascenso vengativo de Uribe y sus buenos muchachos; y decisivas porque lo que están en juego es el futuro de la democracia.
Se trata de decidir entre dos modelos opuestos de entender la democracia, ejercer el poder y solucionar los problemas internos y externos. Para Santos existen límites en el mandato de un Presidente, que pasan por el respeto de la Constitución y la ley; el empoderamiento de los partidos políticos y las organizaciones sociales; la solución pacífica del conflicto armado; la defensa y promoción de los derechos humanos; la disminución de las brechas sociales; el cumplimiento de las normas internacionales de convivencia y respeto a los asuntos internos de las otras naciones.
Para Santos la búsqueda de la paz no riñe con el cumplimiento del deber constitucional de garantizar la seguridad de los colombianos. Y ha sido audaz y se ha atrevido a romper paradigmas. Por ejemplo, desde su posesión abrió la puerta de la paz y se distanció de Uribe; se reconcilió con el vecindario, con el que el país estuvo al borde de la guerra; y restableció los derechos de una oposición democrática que fue tratada durante los ocho años de la seguridad democrática como enemigos del gobierno y aliados de las Farc.
Para Santos el diálogo prevalece sobre la fuerza; la inclusión social es una mandato; negociar con las comunidades no es debilidad ni vergüenza; hablar no gritar es una costumbre; respetar las Cortes y el sistema de justicia es obligatorio. Pensar en la gente y no solo en los capitales; descentralizar y modernizar las relaciones con las regiones.
Para Uribe y su ex ministro de Hacienda negociar con la guerrilla es traición a sus dogmas. Prefieren el plomo al diálogo y prevalece en ellos el uso de la fuerza y la intemperancia. La imposición de sus ideas, el desconocimiento de los justos reclamos de las comunidades, el ilimitado culto al capital foráneo, la ilegalidad minera y las multinacionales. El desdeño del derecho internacional y las normas humanitarias. Durante ocho años en el poder Colombia estuvo varias veces a borde de guerras con el vecindario, se bombardeó a Ecuador sin medir responsabilidades, se prohibió hablar de paz y se negó la existencia del conflicto armado y se escondieron 6 millones de víctimas debajo del tapete de discursos caducos y obsoletos. ocho años no bastaron para derrotar a la guerrilla, aunque sí fueron suficientes para negociar con los paramilitares y garantizarles condenas máximas de ocho años por delitos atroces, sin garantizar la reparación de las víctimas. La verdad se embarcó en aviones de la Dea. Extraditados se llevaron en las maletas la verdad que reclaman las víctimas. Y necesita Colombia.
Amparado en la propaganda de la seguridad democrática Uribe embrujó al país y derechizó a medio país. Con su estilo microgerencial se abrogótodos los cargos y repartió mermada en cheques y auxilios estatales a los pobres, a los ricos, a los poderosos. También demolió los partidos políticos y se proclamó jefe único y formador de una nueva derecha que hoy reclama venganza y mantiene intacto el poder de los gremios vinculados al campo. Por ello, Uribe y OIZ hundieron los intentos de aprobar la ley de víctimas, que revivió el Presidente Santos como una demostración de que en Colombia sí hay un conflicto armado.
Uribe fue un grave retroceso para la democracia. Gracias a sus métodos regresivos de ejercicio del poder, Colombia ingresó a las listas negras de violadores de los derechos humanos y se agudizó el protagonismo de los victimarios. Guiado por su excesivo apego al poder tijereteó la Constitución para cambiar un articulito e intentó su reelección indefinida. Solo el valor de la Corte Constitucional impidió ese atentado.
Por eso se equivocan quienes proclaman que Uribe y Santos son la misma cosa. Que reelegir a Uribe disfrazado de OIZ no significará ningún peligro para la paz, ni la democracia.
Son millones de colombianos los que saben que elegir mal es condenar a Colombia a la guerra y la violación de los derechos humanos. Lo saben las organizaciones sociales, los partidos políticos de izquierda y socialdemócratas; los defensores de derechos humanos, las madres de los jóvenes de Soacha, víctimas de los falsos positivos; los campesinos, las comunidades negras y los pueblos indígenas; los intelectuales y líderes de oposición; los columnistas y la prensa independiente; los jueces y magistrados; los maestros y trabajadores que perdieron sus derechos a un pago digno.
No votar mal
Votar mal sería darle impulso a quienes romperán sin piedad el proceso de La Habana. Sería un salto irresponsable al pasado y permitir un futuro de extrema derecha y persecución de la diferencia. Sería premiar a quienes romperán en mil pedazos la Constitución y la convertirán en un solo articulito. A quienes convertirán a Colombia en experimento de nuevas guerras y en teatro de operaciones de doctrinas de exterminio a la diferencia.
Las adhesiones al Presidente Santos de los últimos días reflejan la solida consciencia política de los sectores que sienten amenazada la supervivencia de la democracia y temen que se pierdan los logros del proceso de paz de La Habana. El Frente Amplio por la Paz, las adhesiones de Clara López, quien obtuvo dos millones de votos de la izquierda democrática, la UP, la Marcha Patriótica y la mayoría de los Verdes, y el poderoso aporte pedagógico de Antanas Mockus reflejan la nueva realidad política de una nación en guardia para impedir que la dictadura de la intolerancia se apodere nuevamente de Colombia.
Logros históricos
Los avances del proceso de paz son notables. Las Farc han reconocido que también son victimarios. Las víctimas están en el centro de la agenda de negociaciones. OIZ ha vuelto a sus andanas contra el proceso y ha mostrado de nuevo su repudio a la solución negociada. Para su estrecha visión del futuro de convivencia cada logro en la mesa de negociaciones es una ayuda de las Farc a Santos para que se reelija. Esa intolerancia al diálogos y los acuerdos ratifica que con OIZ en el poder el proceso estará muerto.
El 15 de junio Colombia se juega su futuro. Después del fracaso de Pastrana en el Caguán, que permitió el surgimiento de la extrema derecha uribista, el país ha vivido un proceso de paz guiado de manera responsable por el Presidente Santos. Su metodología está dando frutos. El país nunca ha estado tan cerca de ponerle punto final a más de 50 años de conflicto armado interno. Firmados tres acuerdos y pactadas los principios rectores de la negociación del punto sobre las víctimas, en La Habana se está en la antesala del fin de la guerra interna.
Colombia deberá votar masivamente para refrendar el poder negociador del Presidente Santos y darle un sí a los acuerdos alcanzados. Así se permitirá que en su segundo mandato el Presidente Santos firme los acuerdos y asuma la responsabilidad de desarrollarlos.
Santos es el Presidente de la Paz, también debe ser el padre del posconflicto. Hacer cierto ese futuro de esperanza depende de cada colombiano. a ecuación es sencilla: con Santos habrá paz, con OIZ la incertidumbre de la guerra que liberará un fanático vengador llamado Álvaro Uribe. Solo el poder del pueblo impedirá que el zorro se devore la paloma.