Tal como han advertido y registrado los analistas más atinados y acertados de la política colombiana, el Presidente Santos, apenas elegido, ya estaba mostrando pinceladas y trazos de gran contraste con el gobierno anterior, el de las mafias y de Los Señores de la Guerra, el de Uribe Velez. Las corrientes democráticas que aspiran a liderar procesos de cambio en el país, deben tomar atenta nota de la correlación de fuerzas, las contradicciones, identidades, divisiones en el campo popular y del Establecimiento.
Las división entre la élite política del país es de grueso calibre, aumenta y sus tensiones más profundas se dejaron ver en el tema del conflicto armado, de la restitución de tierras y las relaciones con Venezuela y los países vecinos. La prensa quiso mostrar las diferencias de Santos (representante de la oligarquía liberal) con Uribe (representante de los terratenientes y señores de la guerra) como cosa frívola, de temperamentos, de imagen, de egos, mientras que la extrema izquierda los pintaba de manera igualmente superficial y sibilina como totalmente idénticos, nació así el “engendro mutante del demonio” llamado el Uribosantismo. Por un lado y por el otro, la información conspiraba para enrarecer el debate, para embrutecer políticamente a los jóvenes privándonos de elementos conceptuales y herramientas teóricas para realizar un análisis concreto de la situación concreta.
En estas elecciones, el Frente Amplio que incluyó desde la oligarquía a la izquierda democrática, pasando por el centro y al que se sumaron fuerzas sociales como el movimiento obrero, el magisterio, intelectuales, etc, motivado por la feroz embestida de Uribe por retomar el poder, la amenaza fascista, esclarecen de manera diáfana que su distanciamiento es real y que se ahondará con el paso del tiempo y del papel que nosotros debemos jugar ahí.
Santos es reelegido por el concurso determinante de las fuerzas democráticas y en especial del Progresismo, de Petro y de Bogotá lo que constituye un mandato amplio, desplazado un poco hacia la izquierda y que sufrirá la mayor embestida política de la ultraderecha, que hará oposición combinando todas las formas de lucha, tal como lo demuestra el atentado reciente en Bogotá y la asonada violenta ocurrida en Magangué.
Por otro lado, la práctica dio la razón a la táctica que se viene proponiendo desde hace tiempo desde la izquierda democrática, la del FRENTE AMPLIO, la tesis de aglutinar la mayor fuerza posible para derrotar la peor amenaza que tiene el país en este momento que es el uribismo, el fascismo, las mafias, lo que requiere sumar fuerzas que incluyan, además de la izquierda democrática, al centro y a la derecha.
El Frente de Izquierda -y de movimientos sociales- es un frente que se queda pequeño (como el Polo, Marcha, etc) restringido e insuficiente, pues el avance de la izquierda democrática pasa necesariamente por la derrota de la expresión más conservadora, autoritaria y reaccionaria que tiene el país -Uribismo-, algo imposible sin la participación de las demás vertientes políticas, incluso se necesita la participación de la gran burguesía.
La otra postura política que ha demostrado su justeza es la que planteó Francisco Mosquera desde los tumultuosos años 60's y es que jamás se ha justificado la guerrilla, la lucha armada ni la violencia como arma política, que la verdadera izquierda siempre se opuso y luchó contra esta violencia y sus teorías sustentadoras, advirtiendo la barbarie que vendría y la respuesta más salvaje y criminal de los hacendados y demás afectados.
La verdadera lucha es por la democracia, por el progreso de la gente, la movilización ciudadana, la inclusión, la diversidad, el cambio por las vías legales, civiles y constitucionales, hay que reclutar jóvenes no para la guerra, sino para el debate, para la movilización, organización y solución a los problemas de nuestra nación, región y barrio.
Hay dos experimentos trascendentales hoy en Colombia para los demócratas, progresistas y para la izquierda democrática: Magangué y Bogotá. Son las dos administraciones Progresistas y de izquierda democrática únicas que tiene el país, por sus alcances, por sus logros, por sus luchas. Son la muestra palpable que sí son posibles los cambios en el país por la vía pacífica, civil, no armada, no violenta. Cambios que expresan la defensa de lo público, la democracia, la administración al servicio del pueblo y los ciudadanos.
Estos cambios han implicado contradicciones con los grandes intereses privados del país, con los carteles, contratistas y sus representantes políticos. Pero lo más importante y crucial es que estas dos administraciones han emprendido una lucha a fondo contra la mafias que tenían sumida a estas ciudades en el barro. La profundidad del cambio y el avance democrático dependen directamente de vencer a estas fuerzas oscuras.
¿Pueden los demócratas y la izquierda democrática derrotar a las mafias, los violentos, los poderosos y realizar cambios urgentes y profundos que requiere la nación?
¡Por supuesto! solo si tenemos clara la táctica acertada:
1) Deslinde claro y radical frente a la violencia como arma política.
2) Frente Amplio, que integre al centro y a la derecha, con fuerzas suficiente.
3) Aprovechar las contradicciones que tienen las élites y poderosos.
Este -el de Santos- será un gobierno que tendremos que asumir como nuestro en cuanto a las políticas que nos interesan y nos opondremos a las otras que perjudican al pueblo. Ni por el 'chiras' podemos asumir unas postura de total independencia, de oposición roblediana y ubicarnos al lado de Uribe, nuestro enemigo principal. Más bien vamos a fortalecer las fuerzas democráticas, el sindicalismo, los movimientos sociales y mejorar el bienestar de las masas y nosotros llevar la iniciativa, la vanguardia democrática.