Fernando Guerra Rincón
Desde que los españoles llegaron en plan de conquista, los indígenas nuestros fueron prácticamente exterminados por la gripe, la gonorrea, la sífilis y largas y extenuantes jornadas de trabajo forzado, especialmente en la minería. Ello causó una de las más desastrosas crisis demográficas de la historia: En el siglo XVV sobrevivía entre un 15% y un 20% de la población que encontraron los peninsulares.1 Entonces importaron salvajemente los esclavos negros.2 La introducción del esclavismo en Antioquia, Cauca y Chocó, permitió una rápida recuperación de la producción aurífera después de un profundo declive entre 1645 y 1705.
Este modelo de producción hizo crisis a mediados del siglo XVII. Pero mientras este sistema decaía se afianzó la minería criolla basada en los mineros independientes en la que la introducción del mazamorreo libre y la búsqueda del oro de aluvión fue vital en su repunte, a finales del siglo XVIII,3 estimulado por las grandes mutaciones en el entorno internacional: 1. Los grandes descubrimientos auríferos en California (1849) y Australia (1851). 2. El lugar determinante que el oro ocupó en la segunda mitad del siglo XIX como moneda en el comercio, y 3. La introducción de mejoras tecnológicas que modificaron sustancialmente las dimensiones de esta industria.4
Del otro del baloto de la vida, el trabajo indígena, la esclavitud del negro, la laboriosidad del mestizo y la condición extraeconómica de esas imposiciones y arreglos, le permitieron a ciertos sectores y regiones del país (Cauca, Mariquita, Pamplona), empezar un proceso de acumulación que fue especialmente importante en Antioquia, desde el siglo XVI y que hizo de esa inmensa comarca la economía más fuerte de Colombia, durante buena parte del siglo XVIII y principios del XIX. La economía minera fue la base de la economía del país y su mayor fuente de exportación por encima de productos como el tabaco, la quina, el cacao. De Antioquia se exportaba la mayor parte.5 Sin duda, los pioneros del empresariado antioqueño supieron aprovechar esa riqueza natural: introdujeron la sociedad anónima a sus negocios, le imprimieron ciencia a la producción vinculando expertos extranjeros, estimularon la arriería, la construcción de ferrocarriles, empujaron el comercio, la expansión de la agricultura y la ganadería y la colonización antioqueña le confirió la impronta a la denominada grandeza de Antioquia. La Escuela de Minas y la Universidad de Antioquia encontraron en esos esfuerzos sus causas motrices.6
Si bien es cierto que la producción aurífera de los siglos pasados, contiene elementos que explican en buena parte el despegue de la economía del país, la nación colombiana sigue estancada en esas fuentes primarias, marca de hierro de nuestro atraso. Los beneficios de su producción se concentraron en unos cuantos empresarios quienes gastaron enormes fortunas en bienes suntuarios e improductivos. Su efecto multiplicador fue mínimo tomando en consideración los grandes beneficios y las fortunas acumuladas por sus dueños.7 La explotación de esos recursos naturales no sirvió para impulsar ni la democratización de la tierra,8 ni el despegue industrial. Las regiones y pueblos por donde pasó la bonanza minera son hoy pueblos con escaso desarrollo. La actividad minera sigue siendo la única fuente de empleo y tienen enormes núcleos de población en pobreza, la mayoría de ellos centros de grandes encrucijadas sociales, asociados a la degradación del conflicto interno, afincado en la fracasada guerra contra las drogas, como se evidencia desprevenidamente en departamentos como el Chocó, Cauca, Córdoba, Cesar, Tolima, Valle, los Santanderes, Boyacá, y en municipios como Titiribí, donde funcionó la mina El Zancudo, la más rica veta minera del país, que funcionó hasta bien entrado el siglo XX, en Amagá, en Marmato, en Nechí, en Remedios, Zaragoza, El Bagre, en el cruce de Cáceres, en Caucasia, en Tarazá, etc.
Al comenzar la II década del siglo XXI, el país vuelve sobre sus pasos de la economía extractiva como impulsor del crecimiento económico, como principal locomotora del Plan de Desarrollo (2010-2014), Prosperidad para todos, del gobierno de Juan Manuel Santos, apoyado en la convergencia de varios factores de la coyuntura internacional: 1. La voracidad del dragón chino, la segunda economía del mundo, por recursos naturales: carbón, petróleo, en el marco de una decreciente producción de esos recursos, especialmente el llamado oro negro. 2. La debilidad del dólar y la creciente guerra de monedas que le confieren al sistema monetario internacional una enorme inestabilidad que empuja a los inversionistas y los grandes especuladores a refugiarse en el oro. Su precio ha escalado de manera dramática en los últimos años.9 En un contexto de agudización del daño climático del planeta y sus costosas y, en muchos casos, irreversiblesconsecuencias.10
Por el caso del oro, las multinacionales mineras se vuelcan sobre nuestros páramos y otras regiones, amenazando arrasar con todo lo que existe, con el señuelo de la inversión extranjera. En 2009, entraron al país US$ 7.202 millones por concepto de Inversión Extranjera Directa, IED. Pero por giros de dividendos salieron US$ 7.719 millones.11 Para sacar 0.91 gramos de oro por cada tonelada de tierra en la fábrica de agua del Páramo de Santurbán es menester despedazarlo: Abrir un hueco de dos kilómetros de largo por uno de ancho y 200 metros de profundidad. Dinamitar cerca de 1.100 millones de toneladas de tierra. Usar 240 toneladas diarias del explosivo anfo. En los dos depósitos de lixiviados que se tendrán que construir se mezclarán el 30% de la tierra removida con 40.000 kilos de cianuro. El proyecto producirá en siete días la misma cantidad de residuos que Bogotá en un año.12 Greyestar, la empresa que se encargaría de su explotación fue creada por especuladores canadienses con ese exclusivo fin. Al acueducto de Bucaramanga ya llegan los restos del cianuro usado con este propósito.13
La riqueza carbonífera solo ha servido para enriquecer a las multinacionales del sector. La Drummond ha manifestado intenciones de irse del país. Diferentes compañías han hecho saber la intención de comprarla, pero al valorar el estado de todas sus operaciones, incluyendo el daño ambiental, concluyen que este supera la suma pretendida de entre US$ 8.000 y US$ 10.000millones.14 La explotación minera, aparte de las grandes multinacionales, es asociada a su extracción ilegal, aunque la minería legal no escapa a los escándalos. Sus trabajadores soportan condiciones de inseguridad y explotación severas. La seguridad social es inexistente. Los accidentes mortales son el pan de cada día de la actividad. Poblaciones como Amagá y Sardinata lloran varias veces sus muertos que caen en tandas de año en año, cuando su condición de pobres le pasa la cuenta de trabajar en los socavones. En esta última población, en 2007, murieron escarbando la tierra 32 de sus hijos y en los últimos años, la mina la Preciosa cobró la vida de 61 mineros. En esos menesteres de pobres, entre 2005 y 2010 han muerto 321 compatriotas. Una cifra espeluznante. ¡En Colombia hay 16 técnicos para supervisar 6.000 minas!15 Paradójicamente, en la mina El Zancudo, entre 1916 y 1919, solo hubo 11 mineros muertos y 14 heridos graves.16El país está ante una vuelta, o una reafirmación del pasado en peores condiciones.
La largueza en la entrega de nuestros recursos naturales sigue su curso imperturbable. En 2008 se habían otorgado licencias en 1.220.611 hectáreas de áreas protegidas y esperan por aprobación 7.948.910 hectáreas.17 El 85% del territorio andino ya fue concesionado a las transnacionales mineras.18 Ingeominas ha concedido el 47% de los páramos para esa explotación.19 Al paso de esa generosidad, la institucionalidad ambiental se debilitó desde el 2003, cuando se subsumió el Ministerio del Medio Ambiente a una dependencia más en el Ministerio de Vivienda, Ambiente y Desarrollo Territorial. Su restitución sigue en el limbo. La política de sostenibilidad ambiental, como base del nuevo Plan Nacional de Desarrollo, es presa de un mar de contradicciones, que coloca en serio riesgo la biodiversidad de nuestro generoso pero accidentado territorio.