Por Juan Manuel Daza
Tenés sólo 26 años y, en muy poco tiempo, hiciste un montón de cosas. Ahora, sos madre primeriza y flamante diputada. ¿Cómo son estos momentos en los que te deben pasar cosas nuevas todos los días? ¿Cómo te sentís?
–Es un constante descubrimiento. Efectivamente, tengo 26 y en muy pocos años –yo diría que desde 2011– me han pasado muchas cosas. Y cosas que no están dentro de la normalidad que vive un joven de 26 años. Me tocó ser parte de la dirigencia del movimiento estudiantil más importante en la historia reciente de Chile. Después, me tocó sacar la tesis de la licenciatura en Geografía en medio de ese proceso de movilización. También me tocó afrontar una campaña electoral y ser madre. Y eso, efectivamente, complicó mi vida cotidiana.
Hoy en día, Camila Vallejo tiene una hija de ocho meses que se llama Adela y, además, es diputada nacional por la comuna de La Florida, en la Región Metropolitana de Santiago. A sus 23 años alcanzó fama internacional como una de las principales líderes del movimiento estudiantil chileno. Su lucha y la de sus congéneres: desmercantilizar y recuperar una educación pública, gratuita y de calidad para el país trasandino. Ese año fue uno de movilizaciones de las que se hizo eco todo el mundo. Y ella presidió la Federación de Estudiantes de Chile (FECH).
Como miembro del Partido Comunista, su aguda inteligencia, su elocuencia y capacidad de oratoria y, probablemente también, su indiscutible belleza, la elevaron como icono al frente de una generación que comenzó a manifestarse masivamente en contra del profundo proceso de neoliberalización que Chile vive hace más de 40 años. Aquí, la salud y la educación son derechos de los que la gente puede gozar más en calidad de consumidor que de ciudadano.
Habiendo vivido años intensos y por ser una radical catalizadora del movimiento social, ahora a Camila le toca ocupar una de las cuatro bancas que el Partido Comunista consiguió en el Congreso de la mano de la Nueva Mayoría: la alianza multipartidaria con la que la socialista Michelle Bachelet logró obtener su segunda chance como presidenta de la República de Chile. La actual presidenta se hizo eco de las demandas estudiantiles y presentó un proyecto basado en tres ejes programáticos fundamentales: la reforma tributaria, educacional y constitucional.
De esta manera y no sin escepticismo, en Chile, finalmente, parece que podrían comenzar a darse grandes transformaciones. Así también, la vida de Camila no para de cambiar.
¿Cómo hacés para poder con todo lo que se te presenta? ¿Prima la racionalidad o el instinto?
–Creo que siempre son un conjunto de factores. No es un solo elemento el determinante en este tipo de decisiones. Hay un porcentaje de racionalidad, un porcentaje de la formación política que uno tiene, pero también de instinto y del entorno en el que uno se desarrolla. Tus amigos, tu familia, tus compañeros: los que uno ve en su vida diaria te van ayudando a tomar ese tipo de decisiones. Finalmente, es una decisión personal. Pero el conjunto de factores confabula para que uno diga: “Ya, voy a seguir este camino”. La racionalidad ocupa un porcentaje importante, porque efectivamente uno dice: “Salimos a la calle luchando por una transformación profunda en la educación. Eso nos llevó a pensar una transformación muchísimo mayor de la sociedad. ¿Cómo sigo contribuyendo a esa lucha?”.
Y a partir de eso, surgirán otras preguntas, otras dudas.
–Sí, ahí uno se pregunta: “¿Donde, quizá, yo puedo jugar un rol más preponderante, que contribuya más al desarrollo de esa lucha? ¿Me mantengo sólo en la calle?”. Yo dije: “No, no va a servir sólo manteniéndome en la calle. La calle es un elemento importante pero yo ya voy a salir de la universidad. Voy a dejar de ser dirigente estudiantil por una cuestión natural, obvia, y después: ¿Quiero contribuir solamente desde mi ejercicio profesional o puedo también contribuir, bajo la experiencia que he adquirido, desde otro lado?”. Y ahí decidí seguir dando esta pelea y creer que desde el Congreso se puede ayudar. Nos faltaron representantes en el Congreso en el momento en que estuvimos peleando en las calles y los echamos de menos. No teníamos las mayorías para poder impulsar más fuertemente los cambios simplemente haciendo presión desde las calles.
¿Qué cualidad creés que tenés que posibilita que hayas logrado todas estas cosas en tan solo cuatro años?
–Cualidad no sé. La verdad es que me tocó vivirlo y fui afrontándolo nomás en el camino. Creo que cualquier joven de mi edad podría afrontarlo si se lo toma en serio. Lo que pasa es que no está dentro de las metas de los jóvenes de hoy en día. Generalmente, lo que el joven universitario quiere es poder sacar la carrera pronto, titularse y entrar a trabajar para poder pagar las deudas que adquirió con la universidad. A muy pocos se les mete en la cabeza la idea de entrar a la política más formal, militar en un partido o menos ser padres o madres a esta edad.
¿Por qué?
–Porque las condiciones son muy adversas. Primero está el desprestigio de la política en general. Y ser parte de ella, se ve como una pérdida de tiempo. Se ha instalado popularmente que la política es sucia. Y además, ser padre a temprana edad también es una complicación en esta sociedad neoliberal. Te impide ejercer o tener éxito profesionalmente, porque todo está pensado individualmente. En general, los jóvenes están pensando en sí mismos, en cómo pueden desarrollarse como profesionales, en cómo pueden surgir. Entonces, esta idea de meterse en la política como una idea de renunciar a ciertas cosas personales y adscribir a un proyecto colectivo es algo que es raro. Y lo mismo con la familia. Ya tener familia joven y renunciar a las cosas personales también es complicado.
¿Y a qué renunciaste? Porque parece que no hubieras renunciado a nada.
–Claro, no he renunciado. Sí, es verdad, jajá. Yo creo que me he negado a renunciar a esas cosas que son como parte de la normalidad, del curso natural de una mujer. Creo que lo adquirí incluso más tempranamente. Pero es inevitable tener que renunciar a espacios más privados, más personales. Desde 2011 que ya, para mí, caminar por las calles no era lo mismo que antes. La gente me reconocía. Estuve apareciendo en muchos medios, no sólo nacionales sino también internacionales. Esa responsabilidad de ir a charlas, encuentros, reuniones, entrevistas, implica una exposición y una demanda muy grandes. Y también está el juicio constante de la gente. Siempre estás expuesto a esas críticas.
Hablando de las críticas, muchos jóvenes estudiantes universitarios de entre 22 y 24 años tienen la sensación de que te has “vendido”. Sin embargo, en jóvenes ya egresados no está tanto esa impresión. En esta línea, ¿qué pasa con la representación del movimiento estudiantil hoy? ¿Pensás que hay un buen liderazgo? ¿Hay conexión entre la representación que ustedes hacen en el Congreso con las federaciones de estudiantes?
–No sé si nosotros hoy día somos los llamados a representar al movimiento estudiantil. Ellos eligen cada año sus propios representantes. Ellos tienen que representar el sentir del momento de esas generaciones que van cambiando. Sabes que todos los años ingresan nuevos estudiantes, salen otros y la política allí es muy dinámica. Ahora, hay algo que en general no ha cambiado mucho en el movimiento. Históricamente, en la última década el movimiento estudiantil también representa esa desconfianza en general de la juventud hacia la política institucional. El ser diputado de la república ya implica una suerte de lejanía con el mundo social porque así se ha hecho la política durante muchas décadas en este país. Después de la dictadura, yo creo que uno de los errores más graves que cometió la Concertación (N. de la R.: la alianza de partidos que gobernó desde 1990 hasta 2010) fue alejar el ejercicio de la política y el ejercicio propio de la democracia representativa de lo que era la realidad del mundo social.
¿Cuáles son las consecuencias de eso?
–Hay desconfianza aprehendida hacia la política formal. Y cuando uno ingresa a ese espacio, culturalmente, se ve como que estás manchado por la política. Entonces, tú traicionas al movimiento social cuando pasas a ser candidato, a ser diputado o a estar en el gobierno. Eso ya es ser parte del sistema, un sistema que ha mantenido y profundizado el neoliberalismo en Chile. Por lo tanto, los sectores más críticos de la juventud lo ven así, y más cuando uno, además, decide ser parte de un acuerdo programático amplio como aquel del que nosotros somos parte con Carol Kariola (N. de la R.: otra ex representante estudiantil y actual diputada del PC). Y ser parte de ese acuerdo programático con los otros partidos de la Nueva Mayoría, que estuvieron durante 20 años gobernando este país sin cambiar las cosas, evidentemente genera desconfianza. Por eso, esa crítica que se ha puesto de que “se dio vuelta la chaqueta”, que “hoy en día no está defendiendo lo que defendía en las calles” y que también ha sido muy cultivada, desde mi punto de vista, por la derecha. A través de las redes sociales dicen que los dirigentes estudiantiles se vendieron, se pasaron a la otra vereda o que dejaron de ser consecuentes con sus principios. Yo creo que eso es algo que hay que combatir y que lo estamos haciendo.
¿Por qué creés que las marchas de este año no han sido tan convocantes como en el pasado?
–Efectivamente, han disminuido. No sé si me corresponde a mí juzgar al movimiento estudiantil actual. Pero creo que al movimiento social en general le falta entender que el suyo es un rol político muy importante en este momento y que no basta simplemente con salir a marchar en base a la crítica. Tienen que ser capaces de, en este momento político que es histórico –porque no sé si se va a repetir la oportunidad de hacer una reforma estructural del sistema educacional– poder poner las propuestas sobre la mesa y pasar un poco más a la ofensiva en ese plano. Es decir, no se puede transformar solamente en un movimiento que reacciona ante las iniciativas del gobierno. Tiene que ir más allá, porque finalmente el movimiento es protagónico en este cambio. Fue el movimiento estudiantil el que puso el tema sobre la mesa. No fueron ni Bachelet ni el actual ministro de Educación. Fue el movimiento social el que dijo: “Hay que cambiar la educación, hay que recuperar la educación pública, hay que desmercantilizarla”. Por lo tanto, que hoy en día se esté hablando de eso es porque fueron ellos. Hay que creerse un poco el cuento y decir: “Nosotros instalamos esto y somos los que tenemos que ser parte. Por lo tanto, no podemos llegar y criticar, sino decir: esto es lo que hay que hacer, éstas son nuestras propuestas y en este camino hay que avanzar”.
¿Y en qué grado eso está funcionando?
–Eso es un poco lo que le falta al movimiento. Por lo tanto, como la gente no ve eso, se siente poco convocada a salir a la calle a estar “en contra de”. Porque, además, los medios pasan a meterte en el mismo saco que a la derecha y los sectores conservadores que también están criticando fuertemente la reforma de la educación. Entonces, como todos critican, nadie quiere reforma. Y esto no es así. El movimiento social quiere una reforma, pero “en este sentido y bajo estas propuestas”. Y eso es lo que no se está viendo. Por eso, creo que se pierde la capacidad de convocar transversalmente a amplios sectores y no simplemente quedar en la convocatoria de los sectores estudiantiles más activos o más politizados.
Pensando en el vertiginoso recorrido que hiciste en estos años, ¿qué fue lo más importante que aprendiste?
–Lo que me ha tomado más tiempo de reflexiones fue el movimiento estudiantil de 2011. Y creo que ahora también lo veo a propósito de la existencia del movimiento de 2014. Aunque parezca muy cliché, aprendí que la transversalidad, la unidad y la creatividad de un movimiento social son claves para poder avanzar o instalar temáticas sociales. Cuando el movimiento ha perdido alguna de las tres, se debilita. Lo otro es que la política es muy compleja. Son tensiones y contradicciones constantes. A veces es muy simple y, de repente, se complejiza demasiado. Y vive en esa tensión. La política tiene tantas aristas y variables, y nada es negro y blanco, absolutamente nada. Todo tiene muchos matices. Y saber leer esos matices y trabajarlos para poder avanzar y moverte es súper complejo.
¿Y qué cambió cuando comenzaste a ver eso desde dentro de la política nacional, no sólo del movimiento estudiantil?
–Cuando éramos representantes del movimiento estudiantil nos metíamos en el Congreso, en las comisiones de educación, oíamos en la sala cuando sesionaban y veíamos al conjunto de diputados y diputadas como una sola cosa uniforme. Estar dentro te cambia la perspectiva y ves todos los matices que hay: qué historia está detrás de cada diputado o diputada, cuáles son sus opiniones, cuándo no son posiciones rígidas. Te das cuenta de que hay más gente a la cual sumar que la que veías antes. Y el arte de convencerlos dentro del Congreso para poder generar mayoría y correlación de fuerzas para avanzar en lo que estás planteando es una cuestión que antes no manejábamos.
También hay posiciones muy rígidas, ¿no?
–Hay posiciones que sí son muy rígidas y hay algunas que son sumamente conquistables. Y hay algunas que tú sabes que son cuestiones ideológicas y otras que son regidas por los intereses económicos. Ahí uno también tiene que saber diferenciar, porque hay gente que defiende el lucro en materia de educación y lo hace porque tiene intereses creados en ese negocio. O gente que lo defiende porque cree que es bueno.
Hablás de diputados con intereses creados, ¿no?
–Diputados, obviamente, o actores externos que inciden también en las discusiones. Porque en esta materia no está solamente el movimiento estudiantil. Ahora, a propósito de que se está empezando a avanzar en cambios que, desde mi punto de vista, son bastante radicales, se están asomando los grupos de interés, los sostenedores de los colegios, la Iglesia, los medios de comunicación. Se están uniendo y se articulan para confrontar esta reforma e impedir que curse. Entonces, ahí uno se da cuenta. Algunos lo defienden desde la perspectiva ideológica y otros lo defienden abiertamente desde la perspectiva económica. Aunque no lo digan, sus argumentos van en esa dirección.
¿Cuáles son tus desafíos de aquí a cuatro años más, cuando cumplas 30?
–De aquí a cuatro años voy a haber cumplido un período como diputada. No sé si voy a ir a la reelección o no. El escenario más realista es que vaya a la reelección o que esté en otra responsabilidad política. Pero es como un escenario lógico, como consecuencia lógica de lo que estoy haciendo. No es que me he dado el espacio como para proyectar un escenario para mí y mi familia. Pero pensar en uno alejado de la política, sería como muy poco realista.
¿Te gustaría ser presidenta?
–No.
¿No? ¿Por qué?
–Primero porque no lo veo como posibilidad. Siempre me han preguntado o me lo han dicho por ahí en la calle. Es una broma para mí. “¿Usted va a ser la próxima presidenta de Chile?”, me dicen algunos. Pero yo encuentro que es una locura. Primero que me empiecen a decir eso ahora, que estoy en una cuestión totalmente... soy diputada, tengo 26 años, ¡déjenme hacer mi trabajo! Y porque creo que me cuesta ponerme en escenario. Y no me gusta que me fuercen tampoco.
Pero sabés que hay gente que lo piensa o que lo desea, quizá.
–Sí, pero hay gente que piensa en muchas otras cosas. Hay gente que quería que yo siguiera en la calle hasta el fin de los tiempos. Y otra gente que me quería ver en el Senado. Otra gente que me quería ver fuera de Chile, también. Un porcentaje importante de la derecha de este país me quiere ver fuera de Chile. Yo no creo que sea oportuno pensar en eso. Me cuesta. Claro, por ahí me dicen: “Tú tampoco querías ser diputada y ahora lo eres”. Y tampoco quería ser presidente de la FECH y lo fui. Jamás lo quise, me aterraba la idea. Otros dirán: “Si dice ahora que no, el día de mañana va a ser presidenta”. Pues, ¿para qué me fuerzan a decir sí o no?
Junto a vos, son cuatro los diputados jóvenes que, habiendo sido representantes estudiantiles, ingresaron al Congreso en las últimas elecciones: Karol Cariola (PC), Giorgio Jackson (Nueva Acción Universitaria) y Gabriel Boric (Izquierda Autónoma). ¿Qué valor fundamental pensás que esta cuota de juventud aporta?
–Como decía Allende, hay jóvenes viejos y viejos jóvenes. Uno no puede adjudicar a la juventud simplemente las ideas o la energía propia de los jóvenes. Yo conozco mucha gente de edad que tiene un ímpetu y una juventud extraordinaria. Y hay jóvenes a los que no los motiva nada, que no quieren cambiar las cosas. Lo que creo es que esto no es una cuestión etaria. Sin embargo, obviamente, lo que quizás siempre puede caracterizar a los que fuimos dirigentes estudiantiles, que tenemos una historia dentro del movimiento social, tiene que ver con esto de siempre seguir rompiendo la barrera de lo posible. No podemos caer en hacer cuestiones bajo la medida de lo posible. Tenemos que ir más allá: tenemos que impulsar las transformaciones.