Tomado de El Espectador
Por: Francisco Gutiérrez Sanín
El país se acerca a una decisión crucial. Y el favor que nos hizo el hacker de marras —con sus frases brutales y su trayectoria de pequeño tramposo de aluvión— fue expresar de manera concentrada lo que puede significar el regreso del uribismo a la Presidencia.
Ensayemos la síntesis. Primero, una situación de escándalo y confrontación permanente. Segundo, el insulto y la denuncia temeraria contra cualquier adversario. Tercero, la defensa airada de la superioridad del caudillo y quienes lo apoyan con respecto de la ley. Lo que hace hoy Uribe a favor de sí mismo frente a la citación de la Fiscalía lo hizo ya en el pasado, para escudar a otros (que reciprocan con una muralla de silencio). Cuarto, el extremismo, que en ciertas subculturas que no cubren a todo el movimiento de Uribe, pero que de manera clara anidan y crecen en él, adquiere un tinte homicida: el gusto por el olor de la muerte. A esto añadámosle, como experiencia de gobierno, lo siguiente: guerrerismo a ultranza, pulsiones autoritarias y un mediocre crecimiento económico que casa muy bien con el modelo de exenciones, gabelas y favorecimientos a dedo, precisamente el antónimo del capitalismo moderno.
También, por supuesto, la irresponsabilidad absoluta, en su sentido más obvio y más primitivo: el de no responder por nada. Pues muchas de las cosas contra las que, sin presentar evidencia alguna, se desgañita ahora Uribe —comenzando por presencia de fuentes de financiación oscuras en las campañas presidenciales— las encarna él mismo, frente a lo cual guarda el mismo silencio ensimismado de los sepulcros que su muñeco ventrílocuo nos promete como programa de gobierno.
¿Quién pierde con el ascenso de Zuluaga? Bueno, mucha gente. Los movimientos sociales, que serían identificados como el enemigo. No hablemos ya de la izquierda. Las élites políticas tradicionales: pues Uribe perdona todavía menos al hereje que al infiel. Ay de los parlamentarios que continuaron colaborando con el Ejecutivo cuando el caudillo tuvo que dar un paso al costado. Ni imaginen que alguien les va a tender puentes para el regreso. Muchas de las élites económicas: pues presenciaremos la revancha del capitalismo de favoritos, parientes, compadres y amigos; el cierre de oportunidades de integración con América Latina, el puestico de Salvarte en el aeropuerto como remedo de una política de desarrollo. Y sobre todo los colombianos de a pie, con el regreso al poder de la polarización, la crispación, la mezquindad (del crecimiento y de la visión de mundo), que inevitablemente vienen de la mano de este movimiento extremista, tan habituado a pasar las líneas fronterizas de la decencia.
La paz merece un capítulo aparte. La paz con la guerrilla no es una panacea, y ha tenido muchos momentos difíciles. Con seguridad los tendrá en el futuro. Pero es una oportunidad única para el país y el Estado colombianos. La reintegración de los paramilitares, que era mucho más fácil, demoró cinco años, durante los cuales aquellos cometieron toda clase de atrocidades y delitos. Miles. Zuluaga no movió una ceja frente a ello. No conozco una sola expresión de reproche, o siquiera de sorpresa, de su parte frente al fenómeno. Ahora nos ofrece acabar con un proceso que lleva dos años, muchísimo más ordenado, que ya tiene a su favor avances bastante significativos, y que (en la medida en que constituye una negociación entre adversarios) es más complicado y a la vez mucho más prometedor que aquel otro. Y, claro, no da ninguna explicación para este escandaloso episodio de contabilidad por partida doble.
¿Será que le gusta el olor a muerte? Capaz. Pero a mí no. Espero que al lector tampoco. Y lo bueno es que ahora tiene la oportunidad de expresarse con su voto. Recuerde: también es cuestión de olfato.