El libreto, que por momentos parece desarrollarse con éxito, dados los intereses emparentados, por su evidente finalidad e incoherencias, cojea. Puede que logre su cometido, pero no convencerá y al no tener credibilidad ni legitimidad, más temprano que tarde, será la razón del sacudón que se necesita para acabar el sainete en que ha convertido la enclenque democracia colombiana. La elección de Gustavo Petro como Alcalde Mayor de Bogotá sorprendió a la mafiocracia y el empresariado neoliberal. Por primera vez, el poder del clientelismo y la corrupción en la ciudad pierde sus anclajes institucionales y ve surgir una alternativa ciudadana que puede cambiar el rumbo. De ahí la reacción desesperada y brutal que busca ponerle fin con una opereta en tres actos.
El primero era obvio: construir el enemigo. Gracias a la masividad, reiteración y manipulación de los medios comerciales, que como apéndice de conglomerados económicos operan en la lógica de los intereses de sus propietarios y de periodistas comisionistas, más no de la ética informativa, se presenta al líder de la lucha anticorrupción, contra la parapolítica y el paramilitarismo, como autoritario, inepto y desubicado. Y se minimiza y ridiculiza su gestión. Miserable que al compromiso más serio de construcción del Metro se le compare con las cortinas de humo del pasado y repugnante que, desde el editorial de un periódico de propiedad de un poderoso constructor y financiador de vivienda, se cuestione la propuesta de ordenamiento territorial. Con tal descarga no hay reputación que aguante, pero Petro hace honor a su apellido.
Entonces aparece en escena el actor aparentemente contundente. Ungido por sus disciplinados, en contraprestaciones impúdicas de protocolos y prebendas, el Procurador General de la Nación se convirtió en supra-poder intocable, ya que es ingenuo pensar que la Corte Suprema de Justicia, el Consejo de Estado o el Congreso de la República -todos socios en el torcido que fue su reelección, ante la que el Gobierno Santos pasó de agache- activen sus funciones para disciplinar o encausar al señor Ordoñez por la inconstitucionalidad aberrante y la arbitrariedad en sus tendenciosas decisiones en el ejercicio de un ministerio público ideologizado, beato, decadente y parcializado, una magistratura anticonstitucional y medieval y adversa a una solución política del conflicto armado, que urge la movilización nacional de desobediencia civil y de exigencia de su renuncia por el poder constituyente y soberano. Es la tabla de salvación del establecimiento para sacudirse de esos experimentos incómodos que pone a andar la colombianidad inconforme, distinta y diversa. De sus anatemas sobre maleables formalidades pende el mandato popular de Petro.
El segundo acto es obra de mañosos: “empapelarlo”, matarle los alfiles -la sanción disciplinaria contra Guillermo Asprilla contraria a sentencia judicial absolutoria-, y estrecharle el cerco para mantenerlo ocupado, distraído y, creen, desesperado. Paralizar la ejecución de los proyectos contemplados en el Plan de Desarrollo Bogotá Humana, la propuesta más social, coherente, ambiciosa y futurista puesta en marcha en la ciudad en su historia. Acostumbrado a dar la cara y a los desafíos, Petro no se queda quieto. Por el contario, ante la desesperante modorra de la burocracia inerte, en un gran porcentaje intencionada; el cinismo de los negociantes particulares, el oportunismo de los grupos desheredados del poder y la indiferencia de una población adormecida por la politiquería, mueve su tropa y el plan marcha. En la primera batalla, desprivatizó la recolección de basura, explotada sin rubor por negociantes de mala reputación; concreta un trabajo digno para los recicladores y da el paso para un manejo productivo y ambiental de los residuos.
Un operativo de esa magnitud, tenía el riesgo de confrontarse con las formas, las super y las ías, garantes de la “libre competencia” (el manejo privado del servicio). En lo de las basuras, la moneda está en manos de Ordoñez. Con cara, Petro puede ser sancionado (¿o destituido?) por constreñir el mercado o por como hizo las cosas para garantizar un servicio público. Con sello, lo habría sancionado por no hacerlas y por el incumplimiento de la orden de la Corte de garantizar trabajo digno a los recicladores, argumentado en demandas hipócritas. De nada valdrá, que la Contraloría General haya comprobado irregularidades de los privados y conceptuado que los equipos por ser de la ciudad le deberían ser devueltos, como lo acaba de corroborar la justicia, noticia que se calló o minimizó en los medios. Si no es en esa causa, en cualquiera otra de las cientos que cursan en la Procuraduría, y otras instancias de vigilancia y control, por ñaos cegas ante la corrupción, se buscará neutralizar el plan petrista. Ojalá Santa Laura los ilumine.
El tercer acto es una maroma oportunista: Un congresista de desempeño gris y sangre azul, espoleado por los intereses golpeados y bien financiado, promueve la revocatoria de mandato a un alcalde que está cumpliendo su programa, por lo que la refuerza con la etérea causal de “insatisfacción generalizada”, de una opinión que cambia con el clima. Pero su aparente satisfacción, por haber triplicado el número de apoyos solicitado por la ley, trocó en preocupación, con las últimas actuaciones del Gobierno Petro, las irregularidades (ingenuas,técnicas y deliberadas) de la recolección de firmas -ya aceptó rebajarse 200 de 600 mil y hasta la del Alcalde está duplicada y falsificada -, y las dudas sobre el origen de los recursos. Con todo, si quedara en pie el mínimo requerido para convocar elecciones, lo que obligaría a abrir campaña, y, si, además, se lograra llevar a las urnas al 55% de quienes votaron en la elección anterior, aún con el apoyo parcializado de algunos medios por la revocatoria, la opción democrática es que se imponga un ¡NO! refrendatorio.
La farsa tiene previsto un final truculento: Un Alcalde desprestigiado, sancionado y revocado. Su muerte política y, en caso de destitución, nuevas elecciones y en grave riesgo la propuesta progresista. De no cumplirse en su totalidad, es evidente que afectará la hoja de ruta de la administración en aras de lograr gobernabilidad. Entre los colmillos de las investigaciones disciplinarias y los acuerdos obligados con el Concejo para generar gobernabilidad -por los que clamaron los medios y analistas y ahora cuestionan- , darle músculo al plan de desarrollo y posibilitar el de ordenamiento (con valorización y cupo de endeudamiento de por medio), Bogotá Humana recibirá una dentellada. Mensaje desafortunado para las negociones entre el Gobierno y las Farc en La Habana. Una institucionalidad enjalmada mantendrá a las fuerzas alternativas en el eterno papel de oposición. Santos sabe que la paz de Colombia pasa por Bogotá. Eso en algo ayuda.
Ante la ciudad decadente del frentenacionalismo, que incubó y lucró de los carruseles de hoy, dos gobiernos del Polo continuistas en el modelo económico con algún acento asistencialista, en el último de los cuales, los Moreno ampliaron la estructura criminal, recostados en una izquierda complaciente -¡pido perdón por ese voto!, llegó Petro y mandó parar. Metió a la capital en los debates y las decisiones fundamentales de la humanidad en la era de la globalización y el altermundismo. El desastre neoliberal evidenció que el problema no estaba en la ineficiencia per se del Estado, cuyo debilitamiento facilitó la expansión de la corrupción, y que el mercado jamás será socialmente justiciero, aunque el credo se siga a pie juntillas en las instancias nacionales y los opinadores de derecha. El discurso y la acción de la retoma de lo público como patrimonio de todos, en el nauseabundo actual estado de cosas nacional, es una ruptura tracendental. Apuntala la visión de equidad del plan de desarrollo y la propuesta de ordenamiento territorial, democratizando el uso del suelo,los recursos y el ejercicio del poder en la ciudad. Es revolucionaria una administración al lado de las víctimas, de los pobres, de los marginados, de los más vulnerables, de la diversidad, de la diferencia, de los demás seres vivos y de la naturaleza.
Intervenir el Bronx, ofrecer alternativas a la indigencia y poner en jaque la peligrosa estructura criminal del microtráfico. Gobernar para la niñez como el principal potencial de la sociedad. Recuperar el carácter social y público de la educación y la salud. Potenciar el acceso a tecnologías y conocimientos para todos.
Considerar el agua factor vital y atender las amenazas del cambio climático. Bajar las tasas de mortalidad más allá de los índices previsibles. Lograr no sólo aminorar la pobreza, sino reducir en algo la desigualdad. Hacer democracia con la gente en las calles y cultura política desde Canal Capital. Politizar una sociedad por sus derechos -a lo que mezquinamente llaman lucha de clases. Son éxitos de esa audacia a la que le temen y que a la que le temen y que con armas innobles atacan los parásitos y el statu quo de la ciudad. Pero una Bogotá distinta es posible