Tomado de Las 2 Orillas
Por: Pacho Escobar
Un papá acribillado por paramilitares, una mamá deprimida, unos italianos generosos y unas piernas invencibles.
La primera bicicleta que tuvo Rigoberto Urán se la regalaron partida en tres pedazos. Era roja, de hierro y tan vieja que un tío suyo la tenía botada en la ramada trasera de la casa. El papá de Rigoberto se la mandó soldar porque quería que montaran juntos los fines de semana. Rigo, como lo llaman desde niño, tenía 14 años pero le aburría el ciclismo, no le gustaba pedalear.
Se adoraban. Mientras su papá entrenaba para mantenerse saludable, Rigoberto lo hacía para hacer feliz a su progenitor, lo amaba. Tal vez los pulmones del jovencito se empezaron a agrandar, sus piernas a fortalecer y su corazón a latir como el de muy pocos humanos por andar persiguiendo a su padre en las empinadas carreteras del suroeste antioqueño. De Urrao, su pueblo natal, salían los fines de semana pedaleando hasta Betulia, Concordia y en los días fuertes hasta Salgar.
A Rigo desde niño le gustaban las escapadas. Lo hacía en el colegio y también en la casa. Un día su papá lo sorprendió vendiendo botellas vacías para tener con qué comprar mecato, pero no lo regañó, mejor le hizo una propuesta condicionada: le enseñaría los trucos de su trabajo, vender chance y lotería, con la promesa de que debía estudiar en las mañanas hasta graduarse del bachillerato. El pacto no pudo ser mejor, Rigoberto quería andar toda la vida al lado de su papá, eran felices.
Es incomprensible por qué cada sonrisa arranca lágrimas, cada felicidad desgracias. La historia de Colombia dirá que el año 2001 fue el más violento en un todo el siglo XX. Paramilitares escupiendo masacres, guerrilleros tomándose pueblos, narcos cobrando venganzas por rutas y las Fuerzas Militares de Colombia untándose de corrupción. La familia Urán pagó por su inocencia. Un día en los vientos de agosto de aquel año, Don Rigoberto de Jesús Urán salió a entrenar con otro amigo en su bicicleta. No llevó a su consentido Rigo porque la salida era muy temprano y el muchacho debía ir a estudiar. Don Rigoberto no regresó sobre las 7 de la mañana como era de costumbre Al regresar del colegio le contaron a Rigo que su padre no aparecía, el muchacho sacó su bicicleta roja y cómo loco salió a preguntarlo en el hospital, en la estación de policía, en la morgue y aunque su papá no bebía lo buscó en las cantinas de Urrao. Pero nada, no había rastro del hombre.
Al día siguiente llegarían con esa noticia que físicamente le quita el aire a cualquier ser humano, esa que lo hace golpearse contra las paredes y en algunos casos que posterga el odio para toda la vida: paramilitares habían montado un retén ilegal porque necesitaban más manos para hacer sus fechorías. Por aquel punto pasaba don Rigoberto y dos ciclistas más. Los bandidos se los habían llevado montaña arriba para que arriaran un ganado que se querían robar. Tal vez la conciencia, la moral y la inocencia de don Rigoberto harían que se opusiera. Pero las bestias lo callaron a balazos. La guerra se había llevado lo más adorado del pequeño Rigoberto Urán.
Su madre entró en una depresión que 12 años después no se le ha curado. Frente al féretro de su papá, de hombre a hombre, Rigoberto haría tres promesas que ha cumplido a cabalidad: velar por Aracelly -su mamá- y por Martha -su hermanita-, terminar el bachillerato y pedalear hasta el fin del mundo. Lo primero lo inició con altura. Desde la una de la tarde hasta las siete de la noche salía a vender chance y lotería por todo Urrao, todas las ganancias iban a la manutención de la casa. En las mañanas estudiaba con seriedad pero se graduaría un par de años después en el colegio especial CEDE en el municipio de Jardín (Antioquia), junto a otros ciclistas más. Sin embargo, la tercera promesa casi la rompe. Pasarían tres meses en los que el dolor y el recuerdo de andar tras la llanta de su padre lo harían odiar el ciclismo, no quería subirse en una bicicleta nunca más.
Un domingo de noviembre de aquel año, Rigo salió al centro de Urrao a cobrar algunos fiados. En el parque central vio cómo muchos jóvenes se apilaban en sus bicicletas semiprofesionales para inscribirse en una valida municipal. Recordó a su padre y regresó a casa. Sacó su remendada bicicleta roja, se puso los únicos tenis que tenía, una pantaloneta y una camiseta de su papá. Lo inscribieron de tanto insistir. Le ganó a todos con la distancia que produce la rabia de que su papá no estuviera físicamente esperándolo en la meta para darle un abrazo y un beso de amor. Al llegar a la meta, sin haberlo ensayado nunca, levantó los brazos y miró al cielo buscando la imagen de su mentor. Desde ese día ha celebrado todas sus victorias de esa manera en honor a él, a don Rigoberto.
Era la clásica de Urrao. En la categoría prejuvenil, prueba contrarreloj de tres kilómetros, Rigo paró el cronometro en tres minutos, veintisiete segundos y ochenta centésimas (00:03:27:80). Sin proponérselo, había puesto en el cartel un nuevo record nacional. De inmediato, bajo la batuta de un gran amigo de su papá, el entrenador José Laverde, Urán vistió la camiseta de su primer equipo: el Club de Bicicletas Urrao. Meses después Laverde lo llevaría a una competencia de caza talentos donde se validaban clasificaciones para estar en la Vuelta a Colombia, el delgado urraeño ganó sin problemas. Después de la carrera, tomando gaseosa en una cafetería, Laverde le contaría a Urán que su nuevo club era Orgullo Paisa, uno de los mejores de Colombia.
Terminaría el año 2002 con un esfuerzo que pocos chicos se veían obligados a hacer: en las mañanas estudiaba, en las tardes vendía chance y por la noche salía a entrenar. La condición para firmar con Orgullo Paisa era su manutención, pero como no podía firmar un contrato por ser menor de edad, su mamá lo hizo por él, además ella debió quedarse con el negocio del chance para que Rigo comenzara a trabajar en serio dentro del mundo ciclístico. Comenzaría una racha de triunfos: en su primera salida, vistiendo la camiseta de la Selección Antioquia, quedó de cuarto en la clasificación final de la Vuelta Nacional del Futuro.
En el año 2005 llevó a la sala de su casa más galardones que cualquier otro deportista en Colombia: siete medallas de oro del Campeonato Nacional en Pereira y fue la revelación en el Campeonato Panamericano donde recibió otras cinco preseas de oro. Como si necesitara adornar más la pared de su casa, ganó la Vuelta Porvenir y la Vuelta de la Juventud en Venezuela. Hay unas imágenes para la historia, en ellas vemos a un Rigoberto de 18 años contándole a un periodista la suerte del chance, le asegura que ya no depende de ello pero sonríe cuando le recomienda que juegue los números 4562 y 2785.
Urán no dejaría su futuro a la suerte. El esfuerzo de las acciones valdrían más que comprar la lotería. Esto lo notaría el reconocido ciclista Santiago Botero que llamó desde Europa preguntando por el muchacho para ficharlo en su equipo el Phonak de Suiza. Pero a las intenciones de Botero se le atravesaría un mánager europeo que con las sugerencias de otro colombiano, el ciclista Marlon Pérez, haría contratar a Urán en el Team Tenax de Italia. Curiosamente, mientras a Pérez sólo lo fichaban por una temporada más, a Urán lo contrataban por tres.
Aunque su nuevo equipo tenía sede en Brescia (Italia), Rigoberto llegaría a vivir a Pamplona (España) un lugar que por sus condiciones geográficas y climáticas era el óptimo para prepararse en Europa. Lo había hecho por recomendación de pedalistas experimentados, sus amigos Marlon Pérez y Víctor Hugo Peña. Pero como muchas cosas en su carrera deportiva, el dolor le brindaría otra bendición en su vida. En su primera temporada en Europa, corriendo la tercera etapa de Panne (Bélgica) Rigoberto no midió la frenada y se cayó. Por varios minutos quedó inconsciente y lo despertó el resentimiento de la fractura de clavícula que se había hecho.
Tras su obligatoria recuperación debía regresar a Pamplona, pero como todos sus compañeros andaban regados corriendo por Europa y no había quién lo acompañara, el equipo le consiguió un lugar donde quedarse en Brescia. Allí conocería a los que ha llamado: “Mis segundos padres”, su familia en Europa. Beppe Chiodi y Melania Charutti, una pareja italiana sin hijos, lo adoptaría desde el primer día como si hubiese salido del vientre de Melania.
Como a un recién nacido la familia Chiodi Charutti, durante aquellos meses de recuperación, le enseñarían sus primeras palabras en italiano, las costumbres del norte de aquel país y hasta lo ayudaban a bañarse. Cuando lo vieron con mejores alientos, Beppe no vio reparos en montar en su camión a Rigoberto para que lo acompañara a trabajar entregando los bolsos y carteras que fabricaban en su pequeña microempresa. A su vez, cuando el colombiano se volvió a subir en la bicicleta para salir a entrenar, al llegar a casa encontraba su ropa limpia, su cuarto aseado y el almuerzo en la alacena listo para calentar.
No importó el bache del accidente para que un equipo Pro Tour -es decir que se encuentran en el primer ranking de la UCI- buscara fichar a Urán. Los belgas del escuadrón Unibet.com pagaron una gruesa suma de dinero al Tenax para el traspaso del colombiano. Urán se convertía con 19 años en el corredor más joven de la máxima categoría del ciclismo mundial. Cuando se iba a firmar el contrato el jovencito anunció que quería pedir una condición, los directivos de aquel club pensaban que iba a solicitar una casa o un carro nuevo, pero se llevaron la sorpresa de que Urán quería nada más que lo dejaran vivir en Brescia junto a la familia Chiodi Charutti. De hecho, algo curioso ocurrió en la primera carrera que ganó Rigoberto en Europa como profesional. Fue en la penúltima etapa de la Vuelta a Suiza. Después de un extenuante recorrido de 152 kilómetros, Urán levantó sus brazos, miro al cielo y recordó a su papá como siempre, pero cuando bajó la mirada para traspasar la meta como ganador ahí estaban sus nuevos tutores, Beppe y Melania. Lo esperaban para abrazarlo. El premio fue regresar con ellos en su carro recorriendo los parajes de los Alpes cual familia feliz.
La prueba de quiénes son los de uno es cuando se está pasando por la mala hora. Un año después, en agosto de 2007, Urán corría la Vuelta Alemania. En la cuarta etapa su sed de triunfo lo llevó a no volver a tocar el freno en muchas bajadas. Se había escapado con otro par de corredores, pero justo en una curva cerrada Urán dejó de seguir la línea de sus experimentados rivales y a una velocidad promedio de 80 kilómetros por hora, el colombiano se sobró y se fue de frente contra unas peñas, sin embargo, un pequeño lago lo detuvo de viajar al más allá. Duró algunos minutos revolcándose en el piso hasta que se desmayó. Se fracturó el cúbito de la mano izquierda, los dos codos, otra vez la clavícula, pero lo más preocupante fue una lesión en el área cervical del cuello. Cuando despertó en el hospital de Fichen, a su lado encontró dormida a Melania, mientras Beppo se había instalado en un hostal cerca del lugar.
De nuevo sus padres adoptivos lo cuidaron como a un niño. Inmóvil, con los brazos enyesados y un cuello ortopédico, Melania le daba de comer y Beppe lo llevaba al baño hacer sus necesidades, lo ayudaba a ducharse y lo vestía. Después de pasar nueve horas en cirugía los especialistas le prohibieron volver a subirse en una bicicleta, pero durante los tres meses de recuperación su familia italiana le dio alientos para salir adelante. Nada estaba perdido. En largas veladas, junto a ellos, perfeccionó su italiano y supo que su papá le había mandado un remplazo que no lo desampararía. En navidad regresó a Colombia, donde su verdadera mamá, pero le prometió a los Chiodi Charutti que regresaría para invitarlos algún día con todos los gastos pagos a Urrao para que conocieran el resto de la familia.
Para el siguiente año el equipo francés-español Caisse d’Epargne, que le venía siguiendo el camino, como en una lotería se la jugó por el colombiano que aún estaba en recuperación. El director Eusebio Unzué, lo quería en su pelotón e hizo que lo firmaran por dos temporadas. Allá se reencontraría con su amigo Marlon Pérez quien ya tenía 31 años y con veteranos pedalistas de la talla de Joaquim Rodríguez y Alejandro Valverde. En el 2008, Urán fue segundo en la Vuelta Cataluña, se subió al podio en dos etapas de la Vuelta Alemania y en la clasificación final del Giro de Lombardía aseguró el quinto lugar. A su vez, la Federación de Ciclismo de Colombia le pidió al experimentado Santiago Botero dos nombres para acompañarlo en la terna que representaría al país en los Juegos Olímpicos de Beijing. Botero quien ya había participado en dos olímpicos, sugirió a José Serpa que tenía 28 años y al joven Rigoberto Urán de apenas 21.
Beijing fue toda una experiencia para el muchacho de Urrao. Entrenar bajo una niebla de polución, pedalear junto a Serpa desde las cinco de la mañana hasta las seis de la tarde porque se habían perdido y tener que pedirle al español Alejandro Valverde un par de fiambres porque la delegación de Colombia solo tenía sándwiches para una carrera de 254 kilómetros. Un aprendizaje que lo llevaría cuatro años más tarde al podio de unos Olímpicos.
Tal vez la suerte lo persigue, pero él y los expertos no le atribuyen nada al azar. Más bien consideran que su resistencia al dolor, aquel ácido láctico que se va extendiendo por los músculos después de andar pedaleando más de 100 kilómetros, reacción que arde y quema por dentro de la piel, es todo cuanto lo ha hecho merecedor de sus recompensas. Quizá por ello en el año 2009 cuando se lesionó su compañero Xabier Zandio y por cuidar a Valverde para la Vuelta España, el equipo Caisse d’Epargne le ofreció la oportunidad de batirse con los grandes en el Tour de Francia. Otro sueño cumplido: sus amigos recuerdan que Urán en el colegio recortaba las imágenes de Lance Armstrong para pegarlas al reverso de sus cuadernos, pero ahora pedaleaba junto a ese monstruo que sí bien confesó que consumía sustancias prohibidas para pedalear, en lo más hondo sigue siendo su ídolo. Además, porque sabe que hasta en moto es duro subir los Pirineos o recorrer los más de 3000 kilómetros hasta llegar a los Campos Elíseos.
Eso sí, la suerte cada año casi que sin falta le propina una caída y más dolor. A comienzos de 2010 se encontraba entrenando por las montañas de Urrao. Un lugar propicio por estar a 2200 metros sobre el nivel del mar y tener una temperatura constante de 23 grados centígrados. Al cruzar una curva cerrada se encontró de frente con unos niños que habían improvisado una cancha de microfútbol en la carretera, por no atropellarlos frenó en seco y salió volando como un proyectil humano en un acto circense. Preciso cayó en la clavícula de siempre, se fracturó la única parte buena que le quedaba y debió ser operado para ajustarle una platina que sellara el hueso.
Recuperado, todo iba bien en la Vuelta España. En la cuarta etapa le dieron la primera mala noticia: su compatriota Mauricio Ardila se había accidentado gravemente. Sin embargo, en el décimo tercer día de competencia, en la etapa entre Burgos y Peña Cabarga, cuando Urán ya había escalado el octavo puesto en la general; todo se vino al piso, literal. En una rotonda el primero del pelotón donde iba el colombiano se cayó y como en un juego de dominó todos le siguieron estruendosamente. Urán se volvió a lesionar el hombro y debió retirarse de su primer Vuelta España.
Algo curioso ha marcado la carrera profesional del colombiano. Cada vez que se lesiona, se cae o se debe retirar de una vuelta… la vida lo recompensa con buenas noticias. “En Europa no he ganado nada, pero siempre estoy ahí, siempre he figurado como un ciclista serio, entregado, responsable y apasionado” dijo el paisa en su momento. Tal vez por ello la siguiente llamada fue una de las mejores en su vida. Directivos de SKY PROCYCLING, considerado hoy por hoy el mejor equipo Pro Tour del mundo ciclístico, lo llamaron para contratarlo. Su sponsor es la cadena de televisión British Sky Broadcasting, propiedad de Rupert Murdoch, quienes armaron desde su inicio un dream team con un solo objetivo; ganar el Tour de Francia, meta que cumplieron este año con Chris Froome.
A Urán lo buscaron porque necesitaban un escalador que hiciera juego con Froome, Bradley Wiggins y su compatriota Sergio Luis Henao. Pero aunque se notaba que lo contrataban como gregario, sus piernas en todas las relaciones de plato-piñón y en cuanta competencia estuvo, funcionaron de tal manera que comenzó a ser necesario soltarle carreras de importancia, prácticamente el escarabajo colombiano a pulso comenzó a escalar en el equipo para llegar a ser capo. Rigoberto, además, aterrizó en un experimento ciclístico dirigido por un estudioso del deporte, el británico Dave Brailsford. La apuesta en el SKY, tras los escándalos de dopaje que opacaron este deporte, era tener ciclistas supremamente limpios de cualquier sustancia prohibida y, mejor aún, potencializar los métodos de entrenamiento, planear estratégicamente las carreras y reparar en la alimentación de los deportistas como el combustible para ser campeones.
Rigoberto cuenta que su dieta cambió drásticamente: Desayuna tres horas antes de la carrera, donde se come un omelette de cinco huevos, jamón, queso, arroz, tres tazas de café y un pan con mermelada; Durante la etapa comen entre 4 y 6 barras de granola, compotas de proteína, sales y unos ocho litros de agua; justo al finalizar la etapa se alimentan con un plato de pasta, atún y otros 3 huevos que acompaña con un batido de proteína; en la noche un chef especial del Sky prepara salmón con arroz o pasta. Además, cuando van a planear la participación en una vuelta: entrenan cinco horas diarias en diferentes trazados (llano, montaña, Etc.), hacen una hora de pesas y otra hora de piscina. Según el fenotipo y organismo de cada ciclista, detallan cada entrenamiento. Urán es un hombre de fondo y un escalador nato.
Aquel 2011 el cambio se notó. Participó por segunda vez en el Tour de Francia y por varios días llevó la camiseta blanca tras hacer los méritos como el mejor de los jóvenes. La perdió en la antepenúltima etapa al verse afectado por una baja de defensas que le impidió seguir el ritmo de carrera que lo llevaba a meterse entre los 10 primeros. Pero muchos hubiesen querido, en tan poco tiempo, haber ocupado el veinticuatroavo lugar en la general y sexto entre los jóvenes como lo hizo Rigoberto. Colombia no olvidará jamás lo que sucedió al año siguiente.
Muy pocos saben que a Urán no lo iban a dejar correr aquellos Olímpicos en los que ganó la presea de plata. Rigoberto había viajado a Londres unos días antes seguro de que podía participar por segunda vez en las justas más importantes del mundo. Sin embargo, también tenía claro que no existían posibilidades de alcanzar un podio; pero para él, como para sus dos compañeros, Sergio Luis Henao y Fabio Duarte, lo importante era estar ahí. Darse el “champú” de inscribirse en todas las competencias donde van los grandes. Como le decía su papá cuando lo invitaba a entrenar “Lo importante hijo no es que me pases y llegues de primero. Lo importante en la vida es llegar”.
Pero todo se complicó. Justo horas antes de salir a la gran Prueba de Ruta de los Juegos Olímpicos de Londres 2012, en la concentración donde estaba la Federación de Ciclismo de Colombia entraría una llamada a la media noche del viernes 27 de julio. Comisarios de la Unión Ciclista Internacional (UCI), le notificaban a los delegados colombianos que el señor Rigoberto Urán no podía salir al día siguiente porque no aparecía inscrito en los tiempos permitidos que ofreció los Olímpicos. Los directivos colombianos no durmieron redactando una carta y llamando a expertos en estos temas para saber cómo proceder en tan poco tiempo. Urán mientras tanto dormía plácidamente porque si no corría, no era culpa suya. Además no era candidato de nada, no cargaba sobre sus hombros favoritismos de nada.
Jorge González, presidente de la Federación Colombiana de Ciclismo, a las seis de la mañana del 28 de julio entregó personalmente una carta en la que justificaban que el equipo colombiano tenía tres plazas para salir en aquella prueba y que uno de sus corredores era el joven Rigoberto Urán, quien cumplía con todos los requisitos. Los delegados de la UCI validaron la contra respuesta pues en pasadas ocasiones había sucedido lo mismo con otras delegaciones y tal vez también pensaron en voz baja que Urán solo era un competidor más.
A las 11 de la mañana en la partida los tres colombianos solo hablaban de lo bello que era el Palacio de Buckingham. También miraban a los favoritos de llevarse alguna de las tres medallas: Mark Cavendish, que estaba en su ciudad y pasaba por su mejor momento; Bradley Wiggins, que además de estar con su público acababa de ser el campeón del Tour de Francia 2012; y el veterano Fabian Cancellara que había obtenido la medalla de oro en la Prueba Contrarreloj y la de Plata en la Prueba de Ruta de los anteriores Olímpicos.
Urán como capo de los colombianos se logró meter en medio del pelotón para seguir un buen ritmo de carrera. Eran 260 kilómetros de camino llano en los que la gente salía animar al equipo británico, de tal suerte que los demás competidores dejaron que los “sires” jalaran la punta. A mitad de la carrera hubo la primera escapada: holandeses, suizos y británicos atacaron fuerte. Los colombianos se miraron y Rigoberto le hizo señales a Henao para que se pegaran en esa fuga. Duarte se quedó atrás y después se vería involucrado en una caída masiva. Al grupo le llegaron otras delegaciones y se formó una mancha de 22 corredores. Como no sentían fatiga, Henao le dijo a Urán que sí esperaban o atacaban.
—Esperemos. Esta gente es fuerte y después quedamos como unos güevones, dijo Urán.
Aguardaron a ver quién atacaba. Faltando 25 kilómetros Cancellara se cayó. El ritmo siguió y las piernas comenzaron a incendiarse. Los auriculares de los colombianos anunciaron que faltaban 10 kilómetros. En un impulso Urán se paró sobre los pedales y atacó de manera definitiva. Pero el kazajo Alexandre Vinokurov, con 39 años de edad, se le pegó a la rueda del joven colombiano que apenas contaba con 25 eneros.
El final no pudo ser más emocionante. Kazajistán y Colombia se empezaron a relevar con un ritmo endemoniado que dejó seis segundos atrás al pelotón. Urán atacaba, Vinokurov contraatacaba. El paisa recordó cuando su amigo Santiago Botero le contó que en las dos últimas ocasiones que participó en esa prueba, siempre tuvo la posibilidad de colgarse un metal pero se “agüevo” en el remate y además le avisaron tarde cuántos kilómetros faltaban. A 400 metros de la meta, Urán se percató que había una medalla olímpica a escasas cuatro cuadras. Remató con el poco tanque de oxígeno que le quedaba, expulsando el dolor de las piernas en cada exhalada. Hasta los televidentes estábamos cansados de hacer tanta fuerza. Rigoberto cuidó la medalla mirando hacia atrás, no perdió la de oro, porque ganó la de plata.
En el Giro de Italia 2013, Rigoberto cambiaría aquel libreto que ha marcado su historia. De nuevo llegaba con un accidente, esta vez en la rodilla; Su equipo lo enviaba como gregario, ahora trabajando para el capo Bradley Wiggins; Y, además, su nombre no sonaba para bañarse con champañas en el podio rosa. Su papel empezó como lo habían planeado sus superiores, trabajar duro solo en las etapas de escalada. Hasta ahí todo estaba bien. El décimo día, en la etapa de montaña del Altopiano del Montasio, el colombiano llegó de primero y sin querer se trepó al tercer lugar de la general. Al siguiente día se mantuvo, pero una noticia cambiaría su suerte: Wiggins contrajo una infección pulmonar y se vio obligado a dejar la competencia. De inmediato Brailsford, manager de Sky, se la jugó por Urán nombrándolo el nuevo capo del equipo.
Casi que sobre el hielo, en una etapa de nieve, Rigoberto Urán firmaría su nombre en la élite del ciclismo mundial. Era el penúltimo día y las piernas se congelaban bajo la neblina y el frió de Las Tres Cimas de Lavaredo, una de las hermosas cúspides de Los Alpes italianos. Urán se pegó en un lote donde, causalmente, iban los mejores escaladores colombianos: sus amigos Fabio Duarte y ‘El Bananito’ Betancourt. Por el radio le informaron que si le sacaba al menos 10 segundos a Cadel Evans quedaría de segundo en la general y se subiría definitivamente en el podio rosa. Lo consiguió. La felicidad quedó congelada por el clima. Sin comprender el logro tan grande que había alcanzado en su carrera deportiva, Urán lo único que hizo al bajarse de su bicicleta fue buscar ropa seca, quitarse la mojada y subirse al bus del Sky con los dientes trinándole involuntariamente. Además, otro detalle se precisaría. El ganador del Giro, el italiano Vincenzo Nibali, supo desde aquel gélido momento que su nuevo archirrival se llamaba Rigoberto Urán.
El guión sobre la vida de Rigoberto dirá que su destino está cruzado por duras tristezas y grandes alegrías. Coincidencialmente, aquella mañana que se subió al podio del Giro lo hizo en la ciudad de sus padres adoptivos, su amada Brescia. En el público estaban Beppe y Melania quienes sonreían con orgullo. Aracelly, su mamá, hacía lo propio en Colombia, mientras le contaba a un periodista que al verraco de su hijo nada lo cansaba. Hoy Rigoberto Urán, aquel peladito al que su papá le mandó a soldar su primera bicicleta, se turna cinco “caballitos de carbono” marca Pinarello que cuestan cuatro mil euros cada uno, bicicletas en las que tal vez ganará la Vuelta España, el Tour de Francia o su tan anhelado Giro de Italia.