Por: Manuel Guzmán–Hennessey*
Cuando se enfrentó el problema
Bogotá recibió esta semana a un selecto grupo de líderes mundiales convocados para un diálogo de alto nivel sobre el seguimiento de los temas iniciados en Río de Janeiro con ocasión de la celebración, en 2012, de los veinte años de la Cumbre Mundial de la TierraBrasil 92.
En esa ocasión más de 160 jefes de Estado se reunieron por primera vez para debatir sobreel dilema ‘ambiente y desarrollo’, porque algo nos había quedado mal como civilización ydebíamos resolverlo.
Esa fue una cumbre para oír una alerta científica: el modelo de desarrollo que habíamos admitido como ideal para conseguir el progreso de los pueblos amenazaba la vida.
El Informe Brundtland, publicado en 1987, revelaba que se había roto el equilibrio entre el crecimiento de las sociedades y la naturaleza, y otros informes científicos agregaban másdatos y encendían una alerta planetaria sobre una crisis que entonces se empezaba a conocer: el deterioro global del medio ambiente..
Hoy es el cambio climático la mayor crisis de toda la historia humana, según un númerocreciente de analistas. Aquel problema ambiental de los años sesenta ha devenido en una crisis que hoy cobra 400.000 seres humanos cada año, según el Informe Monitor de vulnerabilidad climática.
Reuniones intrascendentes
No obstante, parece que no todos los mandatarios han entendido a fondo que el desafío de planificar el desarrollo tiene ahora un componente insoslayable: la adaptación al cambio climático. Algunos siguen pensando que lo que conviene es propiciar un crecimiento ilimitado e indiscriminado de la economía, y alentar los modelos de producción y consumo altamente demandantes de energías.
Las conferencias mundiales sobre esta materia, y otras cercanas como la de Río+20, o los foros económicos mundiales, no dan señales que permitan alimentar una esperanza global. Se empecinan, por el contrario, en evadir la raíz del problema y en ofrecer soluciones cosméticas.
Conozco a alguien que para referirse a Río+20 suele decir ‘me río más veinte’. Y no le falta razón, pues aquellas reuniones cada vez se parecen más a una tragicomedia que a uncompromiso serio entre naciones sobre los temas del desarrollo, la inequidad y el clima.
El problema es que nadie ha querido poner en tela de juicio los estilos de vida. Pero para ofrecer nombres grandilocuentes y fórmulas salvadoras sí que han sido imaginativos los líderes del mundo, quienes desde Río 92 han desarrollado una curiosa estrategia comunicativa orientada a hacerle creer a sus gobernados que han cumplido una cita histórica y que las conclusiones a las que han llegado (en todas las citas que ha habido)reflejan ‘su enorme preocupación y profundo compromiso’ con las nuevas generaciones.
Así hemos visto salir engendros ideológicos, cada vez más hueros y cada vez másartificiosos, de aquellas pomposas cumbres. El “desarrollo sostenible” fue el primero de todos, oxímoron mayor, que nos hizo creer que era posible el milagro de seguir creciendo indefinidamente en un planeta finito.
Fueron necesarios veinte años para que admitiéramos, aún a regañadientes, que aquella fórmula no había sido tan buena como nos habían prometido. Pero, diestros como hemos sido para inventarnos fórmulas sustitutas, establecimos que sería la ‘economía verde’ la nueva panacea. Y en ella estamos.
Estamos dando tumbos de ciegos mientras cada año conocemos nuevos datos provenientes de un panel de más de 2.500 científicos que no hacen otra cosa que corroborar la gravedad del problema.
La humanidad avanza con los ojos vendados hacia un peligro inédito, y aunque los científicos se empecinan en alertarnos sobre el riesgo global, los dirigentes del mundo mantienen su obediencia a los mercados.
La Convención Marco de las Naciones Unidas sobre cambio climático nació en aquella Cumbre de Brasil 92. Después vino el Protocolo de Kioto suscrito en 1997, y sobre este se anuncia ahora un nuevo acuerdo global que se firmará en París en 2015.
Ya se entiende que este ‘nuevo acuerdo global’ es la nueva fórmula imaginativa que los líderes del mundo, aupados por Naciones Unidas, ofrecen a la humanidad en forma de ‘versión 2015’. Todavía está por verse si en el próximo diciembre, en Lima, estará listo el borrador de este acuerdo.
No hay muchas esperanzas. Pero aun sin que admitamos el fracaso de veinte años de negociaciones sobre el clima, hemos emprendido el camino hacia un nuevo acuerdo, actuando siempre sobre las consecuencias y nunca sobre las causas de un problema tancomplejo.
El papel de las ciudades
A este crudo diagnóstico de un mundo amenazado por el clima se refirió Manuel Rodríguez Becerra en el cierre de la reunión de Bogotá, y llamó la atención sobre la adaptación de las grandes ciudades.
Por su parte, Arab Hoballa, director del área de Consumo y Producción Sostenible del Programa de Naciones para el Medio Ambiente/ División de Tecnología, Industria y Economía (UNEP/DTIE) invitó al auditorio a pensar en el aporte decisivo que esta adaptación de las ciudades debe cumplir en el nuevo ajedrez de la sostenibilidad global.
Que las ciudades compren vehículos eléctricos, o por lo menos híbridos, fue el llamado de Gino Van Begin, quien anotó que hacía 2030 todos los vehículos que rueden sobre las grandes ciudades deberían ser eléctricos o alimentados con energías renovables. Tambiénde la densificación de las grandes ciudades hablaron urbanistas expertos como Marina Khoury y Edgar Cataño, quienes insistieron en que las ciudades sostenibles debían ser compactas, confortables, conectadas y seguras.
Una propuesta audaz
Y es precisamente aquí, en el punto crucial de las ciudades, que yo quiero poner el énfasisde este escrito, para destacar el lúcido llamado que hizo el alcalde de Bogotá, Gustavo Petro, al mundo, sobre lo que, a mi juicio, debería ser imitado por muchos mandatarios locales: el nuevo liderazgo de las ciudades frente a la adaptación y frente a la acción global para enfrentar el cambio climático.
Su propuesta de que las ciudades asuman un nuevo tipo de liderazgo habida cuenta del fracaso de las negociaciones multilaterales (un acuerdo entrenaciones) resulta asazpertinente y apunta hacia la construcción de una nueva lógica global en la búsqueda de soluciones sobre el clima.
El alcalde también dijo que las ciclorutas debían hacerse por las calles y no por encima de las aceras, para desestimular con ello el uso de los vehículos y entregar mayores espacios a los peatones.
Alcanzó a llamar a una alianza entre ciudades de Latinoamérica para cerrar, de alguna manera, la brecha que han dejado sin resolver las naciones. Esta es una buena propuesta que se debería llevar a la próxima Cumbre de los Pueblos de Lima, y cuya viabilidad debería estudiarse en los foros globales.
No es por supuesto el único camino que quizás debamos emprender, pero atreverse a plantear la dicotomía entre la vida y la muerte, entre la sumisión a los mercados y la prevalencia de la libertad, desde la perspectiva de una megalópolis en pleno crecimiento, esvalorable y audaz.
Atreverse a llamar a las cosas por sus nombres y decir “es necesario apostar por la vida”representa, a mi juicio, una postura coherente que se destaca sobre otros mandatarios latinoamericanos (nacionales y locales) que, habiendo ofrecido de entrada un discurso ambiental atractivo, lo han abandonado como consecuencia de la presión de los mercados.
El alcalde Petro da la impresión de haber entendido bien la profunda complejidad de esta crisis, que conecta la necesidad de una adaptación integral con las políticas sociales y la superación de la pobreza en las grandes ciudades.
En el Plan de Desarrollo de Bogotá se orienta el ordenamiento del territorio alrededor del agua como estrategia para minimizar los impactos del cambio climático. Y se contempló la relación de la ciudad capital con la región de Cundinamarca mediante un plan regional orientado a proveer datos que faciliten a los planificadores la anticipación de los escenarios.
Hoy es necesario revivir este plan, detenido en mala hora por un Concejo cuyos argumentos no parecen consultar los datos de la ciencia.
Esta visión, de un elemental sentido común, nos hace caer en cuenta que tal manera de análisis nos hizo falta en el pasado.
Un estudio reciente publicado en la revista Nature, adelantado por la Universidad de Hawai, fija por primera vez para el año 2047 el plazo para la materialización de los efectos del cambio climático en más de 200 ciudades. Este trabajo analizó diversas variables climáticas, como las precipitaciones por ciudades, temperaturas, evaporación del agua y acidificación de los océanos.
La primera urbe afectada será Manokwari (Indonesia) en 2020 y en la última Anchorage(Estados Unidos) en 2071. ¿Qué indican estos datos para ciudades como Bogotá? Que ha llegado la hora de emprender estudios de mayores escalas que faciliten tomar decisiones para los planes de adaptación.
El Plan Regional Integral de Cambio Climático de Bogotá – Cundinamarca (PRICC), un modelo piloto orientado a fortalecer la capacidad de los gobiernos regionales para constituir territorios resilientes, debe mantenerse y fortalecerse para que la ciudad capital de Colombia, que hizo un meritorio papel ante el mundo en el diálogo de alto nivel de Río+20, pueda seguir mejorando.
* Director General de KLIMAFORUM LATINOAMERICA NETWORK KLN y profesor titular de la Universidad del Rosario. Correo: director@klnred.com
@Guzman–Hennessey
Tomado de razonpublica.com