Por Horacio Serpa
Tomado de El Nuevo Siglo
Duele decirlo, pero de esa región casi nunca se habla para nada bueno. Hace muchísimos años se recordaba como un lugar remoto habitado por indígenas de guayuco y cerbatana, en donde alguna empresa extranjera sacaba petróleo. Luego se mencionó porque por allí debía pasar un oleoducto que construía una firma alemana, que le dio 20 millones de dólares al ELN para que los dejara trabajar. Después, porque los mismos helenos se dedicaron a destruirlo con dinamita. Más tarde porque Castaño ordenó sacar a la guerrilla, lo que Mancuso cumplió religiosamente, a balazos, con mucha sangre.
Siempre se escuchó, eso sí, que la gente es buena y muy pobre y está abandonada a su suerte, la que le deparan los invasores armados. El Estado no fue sino unas pocas veces a sofocar protestas con promesas que siempre incumplió.
Ahora el reclamo sí es en serio. Puede decirse que “se les llenó la copa”. Hay marchas, paros, bloqueos, pliego de peticiones y una gran unidad entre los campesinos que ya “no tragan entero”. Piden soluciones, inmediatas, que se vean. Nada de promesas, plata en mano. La situación no es fácil. No se puede arreglar ni con el contentillo de visita al Presidente.
Dicen ministros y asesores que la guerrilla dirige el paro. No se sabe, lo presumen, como siempre que ocurren casos semejantes. Lo que sí parece cierto es que la subversión debe estar infiltrada, estimulando, dándole manivela a la protesta. Ni bobos que fueran: las Farc para presionar a la mesa de negociación en La Habana; el ELN para que el gobierno se apure a llamarlos a negociar; “Megateo”, o como se llame, para que se reconozca que el EPL todavía respira. El problema es grande, de verdad.
Reconocer la justicia del reclamo es un buen comienzo para empezar a buscar la solución. Desde luego, toca rechazar las vías de hecho y la violencia. Cuatro víctimas de las que siempre caen, es decir, del pueblo anónimo, “carne de cañón”, son suficientes. Y un diálogo sincero, en el que el movimiento civil no pida cosas de las que saben que no se pueden dar, y que el gobierno solo se comprometa a lo que pueda cumplir.
Las dos partes deben entender que un acuerdo para tan difícil situación no se logra en un par de días. Y que mantener indefinidamente vías de hecho y repulsa oficial, no es conveniente. Los habitantes de la región se perjudican y la situación se puede agravar, por una parte; por la otra las imprudencias o los descuidos de los unos o de los otros pueden ocasionar una catástrofe. Y así se “enmochila” tanto la protesta como la solución.
El primer acuerdo debe ser sobre la manera de operar. Ojalá fácil de implementar, con mucha voluntad, de buena fe, para encontrar la solución. El momento no permite tener cartas tapadas; no hay lugar ni tiempo para audacias. El pulso es entre vivos, entre expertos. Todos saben que “el palo no está para cucharas”.
Bogotá D.C., 9 de Julio del 2013